Jamás conocí a un técnico más obsesionado por el espionaje -propio y ajeno- que Marcelo Bielsa. Y, sin embargo, el rosarino filtraba siempre la formación. Lo digo responsablemente. Fui compañero durante casi dos décadas de Ernesto Díaz, un soberbio relator y un amigo entrañable. Acompañamos a la selección, por Radio Cooperativa, en muchas ciudades del extranjero, y jamás fallamos a un entrenamiento. Acudíamos con la certeza de la humillación constante que significa hoy reportear a la Roja: esperamos cien veces en la cuneta, sin condiciones decentes, tratados como parias.
Pero en la antesala de cada partido, Bielsa llamaba a su amigo Ernesto y le entregaba la formación de Chile, en el entendido de que el "Chico", con su corazón generoso y su espíritu abierto, la compartiría sin problemas. Eran papeles mínimos, escritos de puño y letra, en Valencia, Quito o Los Angeles. Alguna vez en Dinamarca, con total y entera discreción, como fue siempre, el rosarino añadió la formación del rival, con las flechas necesarias para entender sus movimientos tácticos.
Ernesto jamás falló a la cita, y Bielsa siempre consiguió que la información llegara donde correspondía en el momento en que se necesitaba, independientemente de la odiosidad que transmitía el resto de su equipo -y los funcionarios que lo rodeaban- hacia el periodismo. El emisario siempre siguió el rito de compartir lo que entendió no era propio. Me costó mucho comprender las razones de esta extraña ceremonia, pero con el tiempo se me hizo habitual. Muchas veces me cuestioné el seguir de punto fijo en las puertas de cualquier remota cancha de entrenamiento, o de rendirme en el afán de fisgonear lo que pasaba, porque igual tenía le certeza de que, al final del día, tendría lo que tanto pretendíamos. Pero, ¿y si esa única vez el dato no llegaba? ¿Cómo perdernos, además, el resbaloso juego del espionaje?
Jorge Sampaoli heredó de su maestro el gusto por el secretismo, pero, seamos honestos, sigue las mismas tácticas. En la antesala del partido con España en el Maracaná o en la final de la Copa América con Argentina, el grueso del periodismo siempre dispuso de la información necesaria. Los cambios defensivos para frenar a Messi se conocieron a los dos días de ganar las semifinales con Perú, y no aparecieron sorpresas de última hora, como tampoco las hubo en el Mundial, donde las condiciones de encierro y aislamiento eran superiores.
Intuyo -más bien tengo la certeza- de que hay claves que se filtran desde Juan Pinto Durán. Que ahora hay otros mensajeros y otras tecnologías para compartir lo que tanto se pretende ocultar, por una razón muy simple: la alineación y la estrategia de nada sirven en un papel, sino en su adecuada y aplicada ejecución. Los partidos se juegan y es en el movimiento donde la teoría toma importancia y valor. La gente inteligente -como Bielsa y Sampaoli- lo comprenden, como también aquilatan el valor de la información: jamás irían a comprar un diario para saber los secretos del rival. Eso sería de una torpeza y candidez inimaginable.
La Presidenta Bachelet -que compartió con Bielsa el búnker de Nelspruit- dijo que su gobierno estaba trabajando para construir un nuevo Juan Pinto Durán, "más seguro, para que no vuelva a publicarse la estrategia en un diario. ¿Se imaginan si por culpa de eso hubiéramos perdido?", se preguntó. Alguien debería decirle, en buena, que no existe fortaleza en el mundo que pueda impedir que la alineación se sepa antes de un partido. Al fin y al cabo, es la obra de ingeniería de un entrenador, que siempre querrá lucirla, divulgarla, proclamarla antes de una batalla. Si no, ¿dónde estaría la gracia? Si alguien entendió que el nuevo complejo se necesita para resguardar secretos, derechamente le estaban mintiendo.