Falta coincidir con las calles, es claro. Pero quienes apuestan por el juicio político de Dilma Rousseff ya se ocupan de valorar los rumores, hacen cálculos e intercambian ideas respecto de aquel que sería el mayor evento del inicio del siglo XXI en Brasil.
Los más apurados dan por probable que septiembre no llegue a su fin sin que antes Dilma se vaya del poder por las buenas o por las malas. Por las buenas, con la renuncia. Con baja aprobación, abandonada por el PT, que la detesta, y por Lula, que pasó a rechazarla, Dilma pediría "la cuenta".
La salida de Dilma por las malas se daría mediante la iniciativa jurídica en algunos de los frentes donde ella enfrenta serios problemas. El Tribunal de Cuentas de la Unión, por ejemplo, amenaza rechazar la prestación de cuentas de Dilma relativas al año pasado.
Los partidos analizan sus posibilidades de salir adelante el día siguiente de la caída de Dilma. En el PSDB, lo mejor para Aécio Neves sería el juicio político a la dupla Dilma-Michel Temer con el llamado de nuevas elecciones en 90 días. En ese período, Eduardo Cunha, presidente de la Cámara de Diputados, presidiría el país. El senador José Serra (PSDB) y el gobernador Geraldo Alckmin (PSDB) prefieren el juicio político de Dilma y la asunción de Temer. Gobernaría hasta 2018, cuando uno de ellos pudiera sucederlo.
Una piedra importante en el tablero del poder parece confusa. Su nombre es Lula. Él admite que Dilma no tiene salvación. Al ser así, mejor para él y para el PT que ella desaparezca pronto.
Si pudieran, Lula y el PT se pintarían para la guerra y volverían a ser oposición. Hasta 2018 tendrían tiempo para armar un frente de izquierda que apoye la candidatura de Lula. U otra candidatura. Porque él carece de coraje para disputar una pelota dividida.
Ricardo Noblat / O GLOBO/GDA