Ofrecida este año en otros dos centros culturales (uno de ellos el GAM), "Ithaca" es la nueva creación transdisciplinaria de Trinidad Piriz, quien en 2012 asombró con su atractiva "Helen Brown", incluso en España donde se presentó. Como aquella, este es un experimento post teatral que ocurre más que nada en el espacio sonoro, para que las imágenes se vayan armando en nuestra propia mente; una suerte de radioteatro escénico apoyado con música, una elaborada banda acústica y otros efectos.
Es otra vez el relato de una vivencia real de la propia Piriz en el extranjero. Al micrófono, ella cuenta lo que le sucedió cuando viajó y debió quedarse por varios meses en un pueblito próximo a Nueva York, durante un gélido invierno. Pero el propósito es mucho más ambicioso y complejo en todos sus aspectos; y el resultado se aleja de los hallazgos anteriores.
De partida, lo narrado carece de los rasgos de acción y suspenso policial que animaban a "Helen Brown". Evoca más bien un estado de ánimo que avanza hacia una crisis existencial. Tras un prólogo de casi 15 minutos a oscuras en que refiere una abortada investigación suya (que buscó aclarar cómo murió un joven alemán en el sur de Chile en 1985), el texto se despliega luego como un diario de viaje, muy descriptivo, acerca de un entorno solitario, ajeno y sepultado por la nieve. Hay varias anécdotas escuetas y leves, y se escuchan tres fragmentos de un radioteatro de Orson Welles. Pero a Piriz lo que le importa compartir es cómo el clima incierto y enrarecido del lugar la llevó a sentir que desaparecía en la nada.
En cuanto a lenguaje, la propuesta -planteada esta vez en escenario, ya no en un espacio no convencional- luce una mayor teatralidad. La narradora se mantiene al fondo, en penumbras, mientras el amplio primer plano lo ocupa una enorme tela blanca de unos 25 metros cuadrados, que seis manipuladores mueven generando ondas, olas y diversas formas congeladas. Con algo de instalación visual y otro poco de danza, este recurso -bonito y novedoso- termina por imponerse a los sentidos del espectador, pero sin fuerza significativa.
Así, en los 55 minutos que dura, sus partes inconexas no llegan a envolver al público en el clima del proceso tan subjetivo y mental que quiere transfigurar. Como sabemos que ella viajó allá acompañando a su esposo y nunca lo menciona, podemos suponer que es también la crónica de la soledad en que se sumió. Igual la impresión que produce el conjunto resulta borrosa, demasiado imprecisa.
Matucana 100.
Viernes y sábado a las 21:00 horas,
domingo a las 20:00 horas hasta el 12 de julio.
Entradas: $5.000 general y $3.000 estudiantes.