Fue un día excepcional e inolvidable. "Redondo", se diría. Es casi imposible que se repita una coincidencia semejante: el triunfo de Chile en la Copa América y el debut de un tenor de la altura del mexicano Javier Camarena.
El escenario fue el Teatro del Lago de Frutillar, donde se habilitó el espacio del lago Llanquihue para seguir la gran final en pantalla grande; ahí se produjo la primera fiesta, con buena parte del público del recital siguiendo en tensión exasperante el desarrollo de uno de los encuentros de fútbol más dramáticos de la experiencia chilena. La definición a penales fue recibida con euforia por un grupo que no se vincula habitualmente con disputas deportivas. Y luego el recital, con Camarena en plena forma, carismático y cercano, que entró a escena repartiendo felicidades a los chilenos por el triunfo. Fue su primera conquista.
El artista tiene un instrumento poderoso, seguro y vibrante en los sobreagudos, y cuenta con un despliegue de recursos técnicos que le permite transitar por un repertorio de alta exigencia. Es probable que en la actualidad esté en un punto de inflexión y que, por lo tanto, comience a cambiar de repertorio, a dejar ciertos roles y a tomar otros. Su material no es hoy el de un típico rossiniano ligero, sino el de un tenor que se ha vuelto más lírico; de manera que títulos como "La Italiana en Argel" y tal vez "La Cenerentola" deban ceder paso a otros como "Romeo y Julieta" (Gounod) o "Lucia di Lammermoor" (Donizetti). El inicio de su programa demostró que puede llegar a ser un buen joven Montesco, si bien su "Ah, lève-toi soleil" pecó de falta de matices y de una intensidad de volumen fuera de estilo. Siguieron tres fragmentos del belcanto más puro que constataron su virtuosismo; en particular "Si, ritrovarla io giuro" de "La Cenerentola" (Rossini), de vertiginosas evoluciones, incluso más en propiedad que su aclamada versión de "Ah, mes amis quel jour de fête" de "La hija del regimiento" (Donizetti), con los nueve Do en regla. Bellini vino con el Romeo de "Los Capuletos y los Montescos" y su "E servato questo acciaro...", cantado, sin embargo, más con fervor exterior que con emoción. Al piano, lo acompañó un eficiente aunque algo mecánico Ángel Rodríguez.
En la segunda parte todo fue muy distinto, pues en el repertorio iberoamericano el intérprete estuvo vivo en todo momento, desde la alegría al llanto. Se sucedieron "Te quiero, morena", de la zarzuela "El trust de los tenorios" (Serrano); el apasionado y febril "No puede ser", de "La tabernera del puerto" (Sorozábal); un ciclo de canciones de Consuelo Velásquez ("Enamorada", "Amar y vivir" y "Que seas feliz"); "Bonita (Arcaraz), dedicada en la sala a la belleza de las mujeres chilenas, y un popurrí, esta vez con obras de Roberto Cantoral, con versiones inmejorables de "Regálame esta noche", "La barca" y, en especial, "El triste", en ejecución antológica. Todo esto entreverado de algunas intervenciones habladas con esas ocurrencias y dichos del humor mexicano que tanto conocemos a través de programas como "El Chavo del 8". El público lo ovacionó y obtuvo cuatro encores . Nunca se escuchó mejor cantado "Si vas para Chile", que causó más de una lágrima entre los asistentes, seguido del "Ay, ay, ay" (Pérez Freire) y "Yo vendo unos ojos negros". Para llenar el corazón del público más operático, terminó con "La donna è mobile" del Duque Mantua de "Rigoletto" (Verdi), una prueba más de que su carrera comienza a tomar otro camino.