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Editorial
Lunes 06 de julio de 2015
Cuba-EE.UU.: 54 años después
Cuando el 20 de julio se reabran las embajadas de Estados Unidos en La Habana y de Cuba en Washington quedarán atrás 54 años de enfrentamientos y comenzará una etapa llena de complejidades para entablar relaciones que pueden ser muy productivas o muy decepcionantes...
Para Barack Obama es la culminación de un objetivo declarado de política exterior, cual era terminar con el aislamiento de Cuba que, a su juicio, no obtuvo los resultados buscados. El embargo fortaleció políticamente al régimen comunista, que se mostraba como la "víctima del imperialismo", y recibió la solidaridad de países que resentían la política intervencionista de Estados Unidos.
Obama no tendrá el camino fácil para convencer a los críticos de que, como dijo un senador republicano, es un gesto de la Casa Blanca que "legitima a un régimen brutal", que no respeta los derechos humanos e impide a su pueblo desarrollarse debido a una fracasada y añeja estrategia económica. El modelo cubano, impuesto por la fuerza y al que los Castro y sus aduladores en todo el mundo -en especial en América Latina y en Chile- mostraron por décadas como un ejemplo, es un total fracaso, y la apertura iniciada por EE.UU. es la prueba fehaciente de aquello. Si Raúl Castro se embarca en este proceso de acercamiento es porque reconoce que la revolución no va a sobrevivir y que el intento suyo de "actualizar" el modelo, un proyecto que inició al suceder a su hermano Fidel en 2008, tampoco tuvo éxito.
Las voces que se han levantado en contra de la política de Obama vienen particularmente de sectores republicanos y de la comunidad cubano-americana que rechazan apoyar a Castro sin recibir a cambio la seguridad de una democratización, ni de que la represión a los opositores termine. Nada permite visualizar que Castro tenga, efectivamente, la voluntad de hacer una apertura real. Cumplió con las promesas de liberar presos políticos, pero continúan las detenciones arbitrarias, el hostigamiento a grupos como el de las Damas de Blanco, el bloqueo a la internet independiente, y nada parecido a permitir la formación de partidos políticos opositores está hoy en el horizonte. Y tienen razón personeros como los precandidatos Ted Cruz o Marco Rubio en pedir al gobierno que ponga más condiciones al régimen de Castro antes de darle beneficios que le permitan sobrevivir a las dificultades que se avecinan. Si la expectativa de un aumento significativo del turismo, de los permisos para realizar negocios y las transacciones financieras se hacen realidad, la economía de Cuba puede dar un salto que evite la debacle cuando la enorme ayuda de Venezuela se termine.
Obama debe ser cauteloso en ceder a las exigencias que pone La Habana. Entre estas, el término del embargo (que requiere aprobación del Congreso), el pago de reparaciones por el supuesto daño causado por este "bloqueo", el fin de las trasmisiones de televisión y radio hacia la isla, y la devolución de la base militar de Guantánamo (lo que el Departamento de Defensa ha rechazado).
A pesar de la convicción que ha mostrado Raúl Castro de que este es el único camino posible, la "normalización" de las relaciones, probablemente, no será rápida, sino gradual, y puede provocar resistencia en los círculos más retrógrados del régimen. EE.UU. tiene la sartén por el mango y puede y debe poner más presión para que efectivamente se haga un cambio que beneficie a todos los cubanos, y los haga libres.
Dilma en Washington: atrás quedó el espionaje
En octubre de 2013, Dilma Rousseff, furiosa, canceló un viaje a Estados Unidos, después de saber que la agencia de seguridad norteamericana había espiado sus comunicaciones. Casi dos años después, la Presidenta de Brasil vuelve de Washington aliviada y contenta por haber "relanzado" las relaciones bilaterales, y con varios acuerdos o cartas de intenciones bajo el brazo. Temas de Comercio (levantamiento a la veda de carne brasileña con lo que podría cubrir hasta el 10% de las importaciones cárneas norteamericanas), de Defensa (transferencia de tecnología y ventas de equipos y armamentos), sobre el cambio climático (compromisos para llegar con una postura "justa y equilibrada a la cumbre de París), pero sobre todo, dejar atrás el impasse gatillado por las revelaciones de Edward Snowden.
En lo político, Obama le reconoció el estatus de "potencia global" a Brasil; gran apoyo de Dilma a la nueva apertura de EE.UU. a Cuba, "patrón que podría ser seguido en las relaciones con otros países de la región", dijo la brasileña sin mencionar a Venezuela. En todo caso, debe considerarse que Washington dio una señal en ese sentido cuando comisionó a un alto diplomático a viajar a Caracas para mantener un canal abierto de contacto, en medio del proceso de "normalización" de las relaciones con Cuba.
Lo cierto es que, dado el momento que atraviesa Brasil, más que buenas intenciones y señales de amistad, lo que necesita el país es más inversión y comercio, por eso, Dilma trató de ganarse la confianza de empresarios mostrando que Brasil estaba en una nueva etapa de reformas económicas (con menos intervencionismo y más apoyo a los privados) y de control de la corrupción. Si los convenció, se verá con el tiempo.
En este escenario de iniciativas diplomáticas, no se ve un esquema definido de relaciones de Washington con América Latina, ni un enfoque coherente y comprehensivo hacia la región. Más bien lo que hay es una política reactiva, que responde a necesidades concretas internas de Estados Unidos y no a un interés claro por elevar la calidad de las relaciones hemisféricas. Hay que reconocer también que los latinoamericanos transitan entre el resentimiento por la poca atención de Washington y el temor a que los norteamericanos intervengan demasiado en los asuntos regionales e internos.