Hay pianistas que asombran con su técnica, pero que después de oírlos uno "no se lleva nada para la casa". Otros, cuya técnica causa estupor, pero no es esa la dimensión que prima en el recuerdo. Es algo indescriptible que confiere pleno sentido a la experiencia de la audición. Nelson Freire forma parte de esta aristocracia pianística. El gran solista brasileño se presentó el jueves en el Ciclo de Pianistas del Teatro Municipal.
La Partita Nº 4 de Bach, perteneciente a su colección Clavierübung ("ejercicios para clave", pero ¡qué ejercicios!), particularmente en la Ouverture , es un compendio de retórica barroca donde hermetismo y ornamentación (escrita y no escrita) hacen que a veces los árboles no dejen ver el bosque. Si bien en la sección rápida de la Ouverture y en la Gigue final hubo pasajes con alguna sobreexcitación en el tempo , en cada una de las cinco danzas restantes Freire exhibió estilo y control, con un toucher que no hizo echar de menos el clavecín original.
El programa continuó con la última sonata de Beethoven, la Nº 32, que tiene una inédita estructura en solo dos movimientos. El segundo, la Arietta con variaciones, fue el punto máximo de la jornada. El final que se disuelve en la nada, con un trino eterno, dejó al público en un estado de beatitud y "al borde de...". Beethoven-Freire nos llevaron a ese abismo insondable que es propio solo de ciertos momentos en la historia del lenguaje musical y en los que el intérprete actúa como oficiante de alguna liturgia desconocida. Inolvidable.
Las Tres Danzas Fantásticas de un adolescente Shostakovich fueron livianas y sarcásticas, características que están presentes en la obra madura del compositor. Los dos Preludios de Rachmaninov, números 10 y 12 del Opus 32, tuvieron un certero enfoque e inmaculada ejecución. El primero, con su siciliano lento inicial, que no hace presagiar las cadenas de ampulosos acordes que siguen; el segundo, de una diafanidad que recuerda a Debussy.
Para el final, la especialidad de Freire. Dos obras de Chopin: la Barcarola y su monumental y lírica Balada Nº 4. Desde su título, la Balada acusa un origen literario y Freire fue un bardo insuperable que narró una historia sin palabras en una magistral interpretación. El público no se movió hasta conseguir cuatro encores : una Mazurka de Chopin, dos obras de Villa-Lobos y un In termezzo de Brahms.
Apenas pudimos cargar todo lo que nos llevamos para la casa.