El compositor uruguayo Coriún Aharonián ha dicho: "Latinoamérica es un continente lleno de músicas de guitarras. Es inimaginable la infinita variedad de guitarras, vihuelas, bandolas, laúdes, inventada a cada paso por el hombre común de nuestro continente. Los músicos serios no estudiamos este fenómeno. Esa infinita variedad no existe porque no está en los libros del colonizador".
Por esta razón identitaria, más allá del repertorio que se ejecute (puede o no ser música latinoamericana), un concierto de guitarra entre nosotros siempre tiene -o debería tener- una connotación de proximidad y pertenencia.
El guitarrista Carlos Pérez ofreció un extraordinario concierto el domingo en el Museo de Bellas Artes, grato espacio, por arquitectura y acústica, donde se desarrolla la temporada oficial del Departamento de Música y Sonología de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.
Solo españoles integraron la primera parte y fueron claros representantes de una literatura entre dieciochesca y decimonónica, de sobriedad y factura clásicas, sin perifollos, que transcurrió entre la equilibrada forma de las "Cinco Piezas", de Dionisio Aguado; el original lenguaje del "Gran Solo", de Fernando Sor; la irresistible sentimentalidad ("golpe directo al corazón", de buena ley) de "El último adiós", de Antonio Cano, y las dificultades endemoniadas de la "Fantasía original", de Julián Arcas.
En la segunda parte, dos piezas del genial paraguayo Agustín Barrios Mangoré y tres piezas del brasileño Ernesto Nazareth nos acercaron al acervo popular, ambiente en el que la guitarra difícilmente tiene rival.
Ambas obras enmarcaron a cuatro danzas de la "Suite Española", de Isaac Albéniz, en una idiomática transcripción del propio solista, e interpretadas con pleno dominio de la estilización folclórica.
Las ovaciones consiguieron dos encores: una pieza de Tárrega y una sonata de Domenico Scarlatti (transcripción de Ernesto Quezada).
Pérez es un intérprete superior. No en vano ha desplegado una importante carrera internacional. Su cautivante elocuencia musical está hecha de técnica insuperable, perfecto fraseo, riqueza de matices, claridad perlada y afanosa búsqueda del color.
Ha conquistado, con plena razón, un sitial privilegiado en la generación de muy buenos guitarristas nacionales.