Señor Director:

Me gusta mucho el fútbol. Disfruto viendo los partidos de mi equipo y de Chile, por supuesto. Son instancias en que la familia y los amigos se reúnen, comparten sus pasiones y frustraciones. Es bueno sentirse un hincha de vez en cuando. Nos hace bien como país.

En estos días somos la sede de una verdadera fiesta del fútbol y las culturas, y por lo mismo no puedo dejar de hacer una reflexión sobre los hechos que han afectado a la obra del artista Mario Irarrázabal y la significancia que tienen estos.

La Copa América es una instancia única de encuentro para el deporte continental. Se constituye en un hecho cultural de máxima significación para nuestros pueblos. Una oportunidad de coexistir en un mismo territorio y de llenar los estadios de colores, símbolos, tradiciones y costumbres que definen nuestras identidades diversas y a la vez hermanas.

En este contexto, cualquier manifestación antideportiva es un hecho de intolerancia cultural. De la misma manera, cualquier atentado o daño a una obra de arte no es otra cosa que un hecho aislado, sin justificación alguna, que debe rechazarse, esta vez y siempre.

Hay que vivir las fiestas del deporte como ritos culturales que hermanan a nuestros pueblos, como oportunidades para conectarnos y darnos cuenta de que, si bien nos podemos sentir distintos, provenimos de una cultura similar que debe respetarse más allá de la cancha.

A pesar del ímpetu, de las ganas de triunfar o de llevarse la copa a casa, tiene que haber un respeto profundo y transversal por nuestros artistas, sus obras y su legado, que debe permanecer más allá de los resultados de un marcador. Ahí está la verdadera fiesta, la hermandad y la interculturalidad del fútbol. Vamos por ello.

Ernesto Ottone Ramírez
Ministro de Cultura