A sus 72 años, David Cronenberg sigue siendo uno de los cineastas norteamericanos más feroces. Desde su disruptiva aparición en la escena canadiense a fines de los 60, no ha cesado de realizar un cine personalísimo, revulsivo y difícil de tragar, que no acepta clasificaciones o, mejor, que las contraviene cada vez que parecen instaladas.
Polvo de estrellas se mete en el mundo del Hollywood contemporáneo a través de una joven, Agatha Weiss (Mia Wasikowska), que regresa a la ciudad después de años de tratamiento psiquiátrico en Miami, adonde fue enviada tras incendiar su hogar. Mientras recorre las mansiones de las estrellas, se ofrece para el trabajo doméstico en casa de Havana Segrand (Julianne Moore), una actriz empeñada en obtener el papel de su madre en el remake de un éxito de los 60, madre que es la fuente de todos sus trastornos psíquicos y de su dependencia de los barbitúricos.
Pero en verdad Agatha busca reencontrar a a su madre, Christina (Olivia Williams), que se dedica a administrar a la familia; a su padre, Stafford (John Cusack), un terapista de celebridades, y sobre todo a su hermano menor, Benjie (Evan Bird), estrella alcohólica de la serie "Bad Babysitter". Este es el universo de Polvo de estrellas, una colección de seres viciosos, egóticos y autodestructivos, que sobrevive, no luchando contra sus defectos, sino cultivándolos.
Toda esta gente está enferma. Cronenberg los filma en unos ambientes pulcros, despejados, de limpieza casi quirúrgica, con una cámara que se desplaza con la lentitud y la exactitud de una disección. Viven entre los remedios -pastillas, tratamientos, clínicas- y sus adicciones sustitutas -cigarrillos, alcohol, drogas, más pastillas, sexo-, en un circuito que parece no tener resolución posible. Sus enfermedades provienen del ambiente infectado en el que se mueven, pero también de unas relaciones familiares tóxicas, en las que el incesto ocupa un lugar dominante. La película es sobre todo el trayecto de Agatha, la agente del fuego que viene a romper el precario equilibrio de esas vidas, sostenidas sobre la simulación y el secreto.
Cronenberg es un moralista y un conservador, como a su modo lo es también David Lynch, un cineasta con el que tiene tantas semejanzas como divergencias. En su mirada sobre Hollywood, Polvo de estrellas es el Mulholland Drive de Cronenberg, solo que más visceral y desesperado, más penalizante e implacable. De todos sus personajes condenados, Cronenberg parece guardar solo una reserva para los más jóvenes, Agatha y Benjie, que cada vez que están a solas recitan fragmentos del poema "Libertad", de Paul Éluard, como el testimonio de un sueño que nunca alcanzarán, que les ha sido esquivo y lo será para siempre. Es una pequeña luz dulce en una película tan desoladora como impresionante.