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Cartas
Martes 02 de junio de 2015
No podemos acostumbrarnos
Señor Director:
El viernes en la noche fuimos con unos amigos a comer a un restaurante ubicado en calle Pamplona esquina Barbastro, Vitacura. A la salida, me adelanté a subirme a mi auto estacionado a un metro de la puerta del restaurante, en lugar iluminado, lleno de gente entrando y saliendo. Incluso con un guardia.
Al subirme al auto, oí un grito de mi señora, quien aún estaba en la puerta del restaurante. Me doy vuelta y veo a un grupo de unos seis jóvenes con pasamontañas, palos y armas que me impiden cerrar la puerta y me tiran de golpe fuera del auto. De inmediato comienzan a pegarme con patadas y combos. Me roban el reloj y me piden las llaves. Les digo que están en el auto. Luego gritan por mi billetera. La tenía en el pantalón. Les digo "cálmense, se las entrego". Pese a ello, gritan "mátenlo, mátenlo" y me siguen pateando. Esto duró varios minutos. En mi mente, una eternidad. Hasta que, finalmente, uno de ellos me pega por detrás con un fierro en la cabeza. Caigo semiinconsciente y me dejan de pegar y se van con el auto y todos mis documentos, llaves, tarjetas, abrepuertas, etc.
En el intertanto, mi señora y el hijo del dueño del restaurante trataron de ayudar, pero uno de los asaltantes los encañonó con una pistola amenazándolos con matarlos. Ningún teléfono de emergencia funcionó. Terminé en la clínica con contusiones, cortes y varios puntos en la cabeza, diente quebrado y escáner para descartar traumas mayores.
Esa misma noche en ese mismo sector Carabineros nos informó que hubo 8 casos parecidos. Muchos amigos me llamaron y todos me comentaron casos personales respecto de la inseguridad que estamos viviendo. Solo la semana anterior dos habían sido asaltados con violencia en su casa y a otros varios les habían robado el auto. En la clínica me informaron que esto era pan de cada día y que la había sacado barata. De hecho, ya me habían asaltado antes en mi casa con cuchillos y, en otra ocasión, a mi hija de 16 años con un grupo de amigas en la puerta de la casa.
Dentro de este panorama de inseguridad, también ocurrió un hecho que demuestra que la solidaridad sí existe. Al día siguiente llegó a mi casa, bastante alejada, un señor que encontró mis documentos botados a pocas cuadras del asalto. No quiso nada a cambio, solo desearme una pronta recuperación cuando supo de mi estado.
Cuento estos hechos desde un reposo obligatorio, porque día a día aumentan los asaltos con una violencia que hasta hace poco era inusual y que no podemos considerar normal. El Gobierno tiene que hacerse cargo y colocarle límite a este escalamiento que afecta, en todas las comunas, a la inmensa mayoría de chilenos de buena voluntad, y que dejan en la impunidad a jóvenes y bandas que, si los pillan, quedan libres a las pocas horas, pese a la creciente violencia de la que hacen gala.
Jorge Miguel Otero Alvarado