Harold Mayne-Nicholls reconoció esta semana que fue un error implementar los Consejos de Presidentes a puertas cerradas durante su mandato. Ahora él, y varios de los presidentes de clubes que adhirieron gustosamente al secretismo durante años, solicitan que la cuenta que debe hacer Sergio Jadue tras su retorno de Zurich sea pública. A puertas abiertas.
Desde La Moneda, mientras tanto, quieren poner distancia entre la Presidenta Bachelet y las autoridades del fútbol que vendrán a la Copa América. Nadie tiene más merecido un lugar en la ceremonia inaugural que la Mandataria, que durante su primera gestión impulsó la construcción de nuevos estadios que debería culminar en este certamen con la entrega de La Serena, Viña del Mar y Concepción. Nunca antes en la historia el Estado entregó tantos recursos a la actividad privada del fútbol, incluso en detrimento de la infraestructura deportiva escolar.
Pero nadie en Palacio quiere vincularse con Jadue, Napout y compañía por una razón muy simple: es repetir el pecado de Dilma Russef en el Mundial pasado, ganarse una pifiadera gratuita y quedar vinculados otra vez al sospechoso mundo del fútbol, al cual ya recibieron con alfombra roja en varias oportunidades en la Casa de Gobierno. No faltó condecoración, homenaje ni medallita que entregarle a Blatter, Leoz, Blazer y cuanto personero llegara por estos lares.
Si las puertas de Quilín no se abren el 4 de junio para el Consejo de Presidentes, la duda quedará refrendada: no hay en este grupo de propietarios de clubes nadie con voz propia, con un poco de dignidad, con el más mínimo pudor. Se confirmará la creencia de que solo les importa el reparto de utilidades, el statu quo, pasar inadvertidos, en circunstancias que el imperativo moral debería ser solicitar que el presidente diera un paso al costado mientras no estén absolutamente disipadas las acusaciones de soborno emanadas desde el Departamento de Justicia de los Estados Unidos.
Durante demasiados años las autoridades del fútbol chileno ignoraron las señales evidentes provenientes desde la FIFA y la Conmebol. Hicieron cómplices con su genuflexión a los gobiernos de turno y ahora que las esquirlas de una investigación del FBI nos salpican, lo más saludable sería que Jadue trabaje para demostrar su inocencia (con recursos propios y no de la Federación) sin contaminar la Copa América.
Pero eso parece poco probable porque nuestro fútbol no actúa así. Sorpresivo resultó, por ejemplo, que Cristián Varela -un dirigente muy cuestionado por sus conflictos de interés en el plano interno- fuera elegido para integrar el Comité Disciplinario de la FIFA. ¿Su postulación fue presentada por Jadue, visada por el directorio, aprobada por el Consejo de Presidentes? ¿Parece sensato instalar en Zurich al más cuestionado de los dirigentes locales justo en este momento? ¿Y en la Comisión que debe estudiar las sanciones a quienes incurren en falta? ¿En serio?
Más que contradictorio, eso parece un abierto desafío a las mínimas normas de decencia. Como la reelección de Blatter, por supuesto. O las confusas explicaciones que desde Quilín se han entregado para defender la honra del presidente. O la apelación a la "familia sufriente" que hace el presidente del fútbol chileno para minimizar sus faltas.
El 11 de junio, cuando la Copa América comience a rodar, es mejor que todo comience con el pitazo del árbitro y los salones VIP vacíos. Las banderas de la FIFA y la Conmebol a media asta, sin un pinche discurso. Ya estamos hartos de pasar vergüenzas.