Si hace un año -cuando la Presidenta Bachelet llevaba pocos meses de gobierno- alguien hubiera predicho que Chile estaría en el escenario actual, lo habrían acusado de fantasioso.
La situación actual supera el escenario más pesimista imaginado. La realidad supera la ficción. Y la corrupción parece haber bajado desde las quebradas enlodándolo todo.
Y el afectado no es solo el Gobierno. Es Chile entero. Los políticos, las empresas, ¡hasta la ANFP!
Es cierto que hasta hace un año estábamos viviendo una especie de fantasía colectiva, donde creíamos ser la gran excepción de Latinoamérica. Si alguna vez lo fuimos, al menos hoy sabemos que ello ha terminado. Chile tenía los mismos problemas de corrupción que el resto, pero estábamos anestesiados y felices en el baile de máscaras.
Pero, más allá del problema general, donde incluso el ex Presidente Piñera está salpicado, los casos conocidos han conformado una realidad muy compleja para el Gobierno. A partir del caso Caval, y sobre todo a partir de la aparición de Martelli, el escenario cambió.
El problema, que ya en sí mismo era sustancioso, se vio claramente incrementado por el intento de negar la realidad y la aparición de las explicaciones inverosímiles. Como cuando el Gobierno señaló que el caso Caval era un "negocio entre privados". Como cuando Peñailillo trató de decir que sus informes eran asesorías reales. Como cuando la semana pasada el Gobierno intentó decir que no existía la precampaña.
Pero la realidad ha sido más fuerte. "Las mentiras nunca viven hasta hacerse viejas", decía Sófocles. Y hasta ahora, salvo en el caso de Jorge Pizarro, parece que tenía razón.
El costo para el Gobierno ha sido enorme. La Presidenta se ha visto desconcertada y las respuestas de su equipo han sido débiles. Consciente de ello, esta semana se implementó una nueva estrategia: el sacrificio de Peñailillo. En público lo han dejado solo, y en privado le achacan las peores cosas. La consigna es blindar a la Presidenta. Pero es probable que no sea suficiente.
Paradójicamente, fueron Caval y Martelli los que terminaron con la borrachera colectiva en torno al programa de Gobierno y terminaron por desnudar su utopía y debilidad.
Hay que recordar que Bachelet llegó al poder flanqueada por dos escuderos (Alberto Arenas y Rodrigo Peñailillo), un discurso (la desigualdad) y tres promesas (la reforma tributaria, la educacional y la nueva Constitución). Pues bien, el discurso se vio torpedeado seriamente a partir de Caval, los dos escuderos cayeron por su mal desempeño y las tres promesas parecen haber fracasado.
La primera de las tres promesas, la reforma tributaria, parece cada vez más claro que no conseguirá reunir los recursos y se apronta a debutar bajo una maraña de dudas. Y pese a que el ministro Valdés salió a prestarle ropa, no hay dos opiniones: la reforma quedó mal hecha.
La segunda gran transformación se terminó el 21 de mayo: el anuncio de la gratuidad de slo a un grupo de universidades es la muestra más palpable que, tal como lo advirtieron muchos hace un año, la utopía de la gratuidad no es posible.
Hoy solamente queda en pie lo que no se ha hecho: la promesa de la nueva Constitución. Pero es claro que los augurios respecto de lo que ocurra no son buenos.
La puerta de escape no queda clara. El "efecto cambio de gabinete" no le ha permitido al Gobierno retomar el control de la agenda. Necesariamente se requieren nuevos ajustes. Mientras ello no ocurre, la tensión interna en la Nueva Mayoría se incrementa. Y es normal. Han desaparecido los únicos dos factores aglutinadores: la popularidad de la Presidenta se ha esfumado y la sacralidad del programa ha sido profanada.