No hay nada mejor que una grata sorpresa. Un local pequeño, casi escondido tras la notaría que marca la esquina de Providencia con Carlos Antúnez. Sillas hechas con madera de barricas y un techo cubierto con cajones de esos que uno ha visto llenos de tomates. Los Beatles de banda sonora -algo de Revolver en este caso- y una atención personalísima.
Llevan pocos meses abiertos, pero su cocina está más que madura. Lo único que está al debe: la patente de alcoholes (ya pues, señor encargado del tema, que esta comida llama a llenar la copa).
Su fuerte son los menús de almuerzo, a casi diez mil pesos por persona. Para probar la mano, fueron tres entradas, tres fondos y dos postres los que sirvieron para hacerse una idea. Y la idea no fue idea, sino puro goce (ojo que antes ponían los menús en su Facebook... a corregir, plis).
Antes de llegar la entrada, siempre un abreboca por parte de la casa. Por ejemplo, una pequeña tostada con quínoa y trocitos de cordero. Y de lo probado, que es a la suerte de la olla porque no hay carta de día (hace poco la tienen los jueves y viernes por la noche), se pueden alabar una sopa de betarragas con charqui de wagyu, otro potaje -de cebolla y hongos- y un mix de hojas con vegetales grillados.
De los fondos, unos tallarines con salsa de congrio -donde el pescado le ganaba a lo lácteo- con un filete de róbalo a la plancha, también unos tutitos de pollo a la salsa bbq con puré de papas y puerro, y una "deconstrucción" de porotos con riendas. Y ojo con esto: muchas veces, al escuchar esta amenaza de la "deconstrucción", el primer impulso es ir a comerse un whooper antes de sentarse ante el experimento de marras. Bueno, en este caso no. Venía un sabroso timbal de carne deshilachada, unos cuantos porotos burros bien hechos, con tres rodajas de longaniza y junto a esto un pocillo con el caldo de la cocción -lo mejor de todo-, con unos peregrinos tallarines de pasta fresca al dente.
Aplauso cerrado.
Los dos postres probados -un ganache de chocolate blanco y una mousse con frutilla y un porongo de betún coronándola- eran justos en su tamaño, combinando dulzor con acidez.
Y este tema, el de la acidez, es importante en otro ítem de este bistro. Al parecer en sus filas hay un talibán del café -les dicen baristas-, porque el expresso que sirven tiene un don muy escaso. En general, los granos se tuestan en exceso y en el resultado final domina el quemado. En este caso, se siente la misma acidez que se aprecia en un chocolate con harto cacao de verdad.
Esto no es menor, ya que este pequeño e intenso sitio abre sus puertas -con desayunos- a las 7:30 de la mañana. Y esa sensación de una patada en la cabeza y del grito de "¡despierta!" que produce uno de sus cafés aparece como una buena introducción matinal al mundo complejo, pero reducido de este Antúnez bistro.
Carlos Antúnez 1823. Fono 976082370.