Señor Director:
En referencia al
artículo de don Agustín Squella sobre la conveniencia de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, con todo el respeto que él me merece, quiero recordarle que en este país el 80% de la población se declara católica, y aun dando por hecho de que haya una mayoría de ese porcentaje que no practica, sin duda cree en un Ser Supremo.
Yo respeto el ateísmo de don Agustín. Lo que no comprendo es su proselitismo. Él reconoce que la religión da sentido a la existencia; en consecuencia, sin duda las personas creyentes tienen más garantía de ser felices en la vida que los no creyentes. Entonces, ¿por qué impedir que lo sean?
A él le parece bien que se enseñe la moral en las escuelas, pero no la religión. Yo acepto que se puede tener moral sin ser religioso; sin embargo, me parece que después de 2.000 años de cristianismo en nuestro mundo occidental, no parece lógico separar la moral de la fe cristiana. Otra cosa es que se puedan objetar ciertas actitudes o imposiciones de la Iglesia Católica.
Además, decir que los padres no debieran imponer sus creencias a sus hijos tampoco parece lógico. Si los padres son sinceramente creyentes, sin necesidad de imposición, los hijos hasta una cierta etapa de su vida también lo serán. De la adolescencia en adelante, cuando comienza el cuestionamiento que se hace todo ser pensante, sobre todo en el mundo de hoy, podrán seguir siendo creyentes o, de lo contrario, buscarán otros caminos que den sentido a sus vidas.
Con lo expuesto no quiero decir que considere que las clases de religión en las escuelas públicas deban ser obligatorias, pero creo que debieran darse si los padres así lo requieren.
Sylvia Soublette de Valdés