Ayer, pasadas las 3 de la tarde, cuando el aún director ejecutivo Jaime de Aguirre Hoffa dio a conocer a todo el equipo de Chilevisión que había sido despedido, se acabó una era, una que se inauguró a principios de los años 90 del siglo XX, con una TV pública que tenía como misión cumplir un rol en el retorno a la democracia y como obligación abrirse a un modelo de gestión comercial. De todos los próceres, grandes hombres de pantalla que lideraron ese nuevo andar, De Aguirre fue el último en caer. Y lo fue porque siempre tuvo una resiliencia político-televisiva digna de admiración. Pocos sortearon con éxito tantos episodios difíciles y porfiaron tanto en su mirada.
De Aguirre estuvo a punto de ser director ejecutivo de TVN, pero no pudo. Su nombre nunca logró consenso en el directorio de ese canal, y no porque lo rechazara la derecha, sino porque lo hizo la izquierda, el mundo desde donde él procedía. Nada importó entonces su impecable trayectoria en el canal público. Cultivada con olfato, talento y precisión desde 1991, esa trayectoria tuvo momentos memorables en la reformulación de las teleseries junto a Vicente Sabatini y en la apertura a nuevas temáticas a través de espacios de ficción capaces de mostrar la identidad de los chilenos y de programas de no ficción realizados junto a productoras externas. Así, nacieron producciones míticas, como "El show de los libros", "Los patiperros", "Cuentos chilenos" o "Cinevideo". Todas tuvieron el sello De Aguirre.
Cuatro directores ejecutivos desfilaron por ese canal mientras él mantenía el buque andando desde un puesto interino. Cuando llegó su turno, le dijeron que no. Y en vez de renunciar, aceptó la oferta de una estación pequeña, con una marca dañada y mala facturación. Un año se demoró Chilevisión en tener números azules. Dos le tomó convertirse en "la niña bonita de la fiesta", gracias a una programación fresca y provocadora, que tenía a la farándula como punta de lanza de un cambio cultural que, según Jaime de Aguirre, Chile necesitaba para romper ese apocamiento, ese servilismo con el poder que habían dejado 17 años de dictadura. Fue la suya una apuesta riesgosa, de luces y de sombras.
Algunos podrán estar de acuerdo con él y otros creerán que es el culpable de haber dado forma a la peor televisión chilena de los últimos tiempos. A esa TV, buena o mala, Jaime de Aguirre tampoco renunció. Ni cuando fue sometido a proceso por el caso de la grabación con cámara oculta al juez Daniel Calvo ni cuando la estación fue vendida a Sebastián Piñera.
Ayer Jaime de Aguirre lo dejó claro: sigue siendo un animal televisivo, el último de su especie en dejar la TV. Hacía meses que se venía rumoreando que el grupo Turner no estaba satisfecho con el segundo lugar que el canal ocupa en la industria ni con las pérdidas económicas que arrastra, incluida la fallida inversión de la compra de los terrenos de Machasa para instalar allí el canal. Pero Jaime de Aguirre no renunció -según algunos, debió hacerlo- ni siquiera tras verse sumido en un escándalo por emitir boletas ideológicamente falsas a SQM a modo un bono de desempeño.
A Jaime de Aguirre lo despidieron. Solo así dejó la TV, al menos por ahora.
Estela Cabezas