Costará que el fútbol sudamericano olvide el escándalo que se vivió en La Bombonera, en el duelo de vuelta por los octavos de final de la Copa Libertadores, entre Boca Juniors y River Plate. El ataque que sufrieron los jugadores millonarios, por parte de un grupo ya identificado de la barra brava de Boca, resultó cobarde y salvaje. La actitud de los futbolistas del anfitrión y las declaraciones del entrenador Rodolfo Arruabarrena, en general ponderado en cada una de sus intervenciones, demuestran que algo no funciona bien en esta actividad.
La determinación de la Conmebol, con una sanción muy menor al club xeneize , generó una ola de protesta. El peso del club argentino se notó en la Confederación Sudamericana de Fútbol. No hubo proporcionalidad entre el castigo y el daño causado. De inmediato se nos vino a la memoria la condena que sufrió Cobreloa en un partido con Olimpia en Calama (2002), cuando una moneda impactó al árbitro argentino Ángel Sánchez. Un año sin cotejos en su cancha recibieron los naranjas.
Los demás países que forman parte de la Conmebol, excluyendo a Brasil, quedan con la impresión de que ante la justicia de la CSF son todos iguales, pero algunos más iguales que otros. Porque en este caso hubo un acto planificado y deliberado. En favor de Boca, frente a la gravedad de los hechos, el consejo de sus abogados fue clave: denunciar a los responsables, tomar medidas administrativas y de esta forma aminorar la decisión de los jueces.
No es por hacer justicia ficción, pero en la UEFA, un acto de esta naturaleza hubiera significado una suspensión de al menos dos temporadas de cualquier competencia internacional. En 2016, Boca podrá jugar la Copa Libertadores si clasifica. Inaudito.
Con este panorama, cuesta no recordar lo sucedido con Luis Suárez en Brasil 2014. El uruguayo cometió una locura al morder al italiano Giorgio Chiellini, pero no lo observó el árbitro mexicano Marco Rodríguez. La comisión de disciplina de la FIFA, con las imágenes de la televisión, castigó al actual delantero del Barcelona con nueve partidos internacionales, cuatro meses sin poder ejercer actividades relativas al fútbol (no podía entrenar en su club) e incluso ingresar a cualquier recinto donde se disputara una competencia.
El TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) morigeró la desproporcionada y tribunera sentencia, aunque la polémica quedó instalada. Porque sin negar que la acción de Suárez es brutal e inaceptable, no tiene ningún grado de comparación con lo sucedido en la cancha de Boca. Fue una acción dentro del juego, que el árbitro y colaboradores no percibieron, solo advertida por la transmisión oficial una vez que se revisaron las cámaras y ante el reclamo del zaguero italiano.
La Conmebol tenía la oportunidad de salir por arriba. Pero optaron por el camino del facilismo. A partir de ahora todos los clubes que compiten en las copas Libertadores y Sudamericana sostendrán que ellos no quemaron a los rivales y por lo tanto su pena debiera ser inferior a la aplicada a Boca.
En Chile esperamos no llegar a este tipo de situaciones, a pesar de que las tropelías de las barras bravas se transformaron en cotidianas. Sin embargo, los hechos de la última jornada del torneo de Clausura, con las declaraciones del entrenador de Cobreloa, Marco Antonio Figueroa, y del presidente de la comisión de fútbol loína, Sebastián Vivaldi, generaron una escalada que requiere un freno.
En el caso del director técnico, el fallo de la Primera Sala del Tribunal de Disciplina es contundente en su redacción, pero apela a un principio "pro denunciado", otorgándole 25 partidos de sanción. Un correctivo pequeño ante la gravedad de las faltas. No sabemos qué sucederá con Vivaldi, pero es necesario establecer que no basta con decir que existe arrepentimiento después de decir cualquier barbaridad.
Es hora de ponerle el cascabel al gato.