Jorge Sampaoli anuncia sin que nadie se lo exija que Chile saldrá a jugar como kamikaze la Copa América. Durante la presentación de su biografía autorizada, escrita por un amigo -la única fórmula de que una personalidad vise la revisión de su vida-, el seleccionador modela la disposición que tendrán los jugadores nacionales para enfrentar el torneo continental : "(Serán) Once fanáticos que se jueguen la vida por la camiseta".
Sampaoli apela a la emotividad para resumir la condición esencial que deberán tener sus dirigidos. Utiliza una representación bélica para transmitir el estado anímico con que Chile enfrentará el campeonato. La lectura es inequívoca: la selección estará compuesta por once guerreros que darán su vida por el objetivo, se suicidarán para ganar la batalla. No hay medida en sus palabras porque nacen de la plena convicción de que así debe ser.
Sampaoli no es ni será el primer seleccionador que va a jugar con fuego en la previa ni que recurrirá a un discurso nacionalista para motivar a su gente y entusiasmar a un hincha desde ya ilusionado. Pero a menos de un mes del debut, sería bastante más esperanzador que diera luces sobre el equipo y las variantes que idealmente le gustaría emplear en lugar de arrimar metáforas y embolinar la perdiz con imágenes de soldados que se van a inmolar para alcanzar un trofeo. La experiencia indica que siempre hay que desconfiar cuando los entrenadores reemplazan las directrices técnicas de su trabajo con lenguaje poético y analogías más bien gruesas.
Pese a los innegables esfuerzos por abrir espacios a los medios masivos, de a poco Sampaoli ha ingresado en un terreno donde los planos del autoritarismo y el liderazgo se tienden a confundir, porque la discrecionalidad para adoptar determinaciones no tiene un sustento que responda a una constante en el tiempo. Un ejemplo cercano es la preselección de jugadores para la nómina de final en Copa América, que podría justificarse como parte de un proceso, como lo fue para el Mundial de Brasil, pero que es difícil de comprender si ahora la lista está confeccionada de antemano, como sí parece estar, y el llamado de algunos jugadores solo se entiende como para completar un número para trabajar en los entrenamientos.
Nadie desconoce que para dirigir y convencer al futbolista chileno de élite se requiere de una fuerte personalidad, de una conducta rigurosa y estricta, de un desapego a las complicidades propias de la amistad, de una frialdad a toda prueba para discriminar lo funcional de lo extraordinario, sin embargo en el ejercicio del mando se debe ser cuidadoso con los límites del relato, sobre todo cuando las expectativas de la gente son tan altas. Y aunque haya sido utilizada como un juego o una expresión de voluntad, la analogía del kamikaze no es afortunada ni en la forma ni en el fondo.