Hans Wilhem Müller-Wohlfahrt era el medico del Bayern Munich desde hace 38 años. Y dejó de serlo hace pocas semanas, cuando un iracundo Pep Guardiola lo culpó, en público y con alevosía, de la lesión de Mehdi Benatia cuando recién se jugaban 34 minutos de un partido de Champions y sin mediar agresión alguna.
Guardiola -un tipo que se muestra comprensivo y querendón ante el público y la prensa- se mosqueó porque su proyecto alemán parece derrumbarse ante el Barcelona, debido a que no tuvo en cancha a Robben, Ribéry ni a Javi Martínez, lo que ante Messi y compañía es demasiada ventaja. No será Pep el primer entrenador en el mundo que a la hora de distribuir culpas pondrá la cabeza del médico, del preparador físico o de los jugadores en la guillotina con tal de salvar el pescuezo propio.
Porque, seamos honestos, en el fútbol no hay mediciones empíricas ni tablas matemáticas para adjudicar el triunfo o el fracaso. Explicaciones hay muchas y, casi siempre, son secretas y relativas. La indisciplina, la convulsionada vida privada, el poco cuidado, los líos económicos, la falta de inteligencia, las dependencias y otras razones, raras veces se esgrimen para justificar, por ejemplo, la ostensible baja de un futbolista, aunque esta arrastre a todo el equipo.
En estos días, Colo Colo y la U, dos de las escuadras más millonarias del fútbol chileno, debieron poner gente en el cadalso para hacer un ejercicio extraño: mantener a sus directores técnicos pese al fracaso en el semestre. Ambos perdieron el título, quedaron eliminados tempranamente en la Libertadores y jugaron muy por debajo de su nivel de inversión, aunque ayudaron a sumar estrellas en momentos muy álgidos para sus instituciones.
Martín Lasarte, siempre correcto en sus declaraciones, apenas se sintió arropado en Montevideo, se despachó con su verdad a través de una radio: los dirigentes y sus antecesores contrataron caro y mal. Y dio ejemplos: Enzo Gutiérrez , Ramón Fernández, Eduardo Morantes y Luciano Civelli. Lo dijo para explicar que no habría mucho dinero para volver a reforzar el plantel, pero Machete dejó en claro que, en su criterio, el club ha gastado mucho y mal. Ahora será su turno de invertir, porque en su gestión llegaron Maxi Rodríguez y Leandro Benegas, dos contrataciones millonarias que no lograron quedarse con la titularidad.
Lo de Colo Colo es aún más paradójico. Héctor Tapia contrató a quien y cuantos quiso, pese a la oposición de Arturo Salah, el presidente, y de Juan Gutiérrez, el gerente técnico. Los planteles fueron suyos, y asumir que eran cortos o incompletos sería asumir personalmente el error. Ante la directiva, la evaluación pasó por el estado físico, y el hombre que caminó a la guillotina fue el PF Juan Ramírez, por las muchas lesiones que afectaron al equipo durante la temporada, sin contar el estado de veteranía y desgaste de varios de los cracks.
Pero quien impide a la directiva ratificar a Tito -según lo que se dice- es su ayudante, Miguel Riffo, a quien se describe desde el alto mando como conflictivo y de "mala influencia". Si el entrenador logra imponer a su segundo, será a costa de un desgaste evidente, porque las culpas sobre el mal manejo del camarín y del desbande de sus principales figuras ya tienen nombre, apellido y dos iniciales: MR. Si Tapia lo sacrifica, habría deslindado responsabilidades sobre dos aspectos clave: el físico y el vestuario.
Alguien debe pagar las culpas del fracaso sin que esa condena caiga sobre técnicos que deberán seguir a cargo, pese a sus pecados. Por paradójico que parezca, los cambios y la búsqueda de culpables se hacen en simultáneo con la política. Mientras algunos partidos hacen suyo el axioma de que "a los históricos no se les toca", en La Moneda se debaten entre la renovación o llamar a los veteranos. Lo único que está claro es que en el fútbol y en la política, "la cosa es sin llorar".