A mediados de febrero se conoció en los medios argentinos el caso de María Vázquez, una arquitecta de 43 años que había sido diagnosticada con un cáncer fulminante y que, a sabiendas de las pocas chances de sobrevivir, había decidido exorcizar sus días a través de Twitter. El relato en las redes no era, en rigor, un recurso armado para la ocasión: María tenía cuenta desde hacía varios años (bajo el nick @kireinatatemono) y en ese soporte, como cualquier usuario, hacía aguafuertes de su vida. Pero en septiembre de 2014 había ocurrido un punto de inflexión: la habían operado para retirarle un tumor maligno de los ovarios y le habían adelantado un panorama oscuro, con bajas posibilidades de responder bien a la quimioterapia.
De ahí en más, María había decidido ordenar su vida en un sentido amplio. Había tramitado poderes ante un escribano, había firmado papeles, había empezado a escribir un libro para su hijo de tres años -si todo salía mal, esa sería su forma de presencia en el futuro- y había tomado la decisión de incluir su nuevo estado en los posteos de Twitter. Meses después, publicó un texto en primera persona en el medio digital argentino La Agenda ("Tener cáncer es como tener gripe: nada vergonzoso, solo mil veces peor. No contar es ponerse del lado de los que titulan "Una larga y penosa enfermedad" escribió ahí) y desde entonces una infinidad de medios levantaron la historia y la llevaron a otro nivel de exposición.
Miles de personas empezaron a seguir a Kireinatatemono. Su cuenta devino en un escenario al que accedía una platea inclasificable. Había gente morbosa, gente compasiva -y esa es, al fin y al cabo, otra cara del morbo-, gente que le enviaba apoyo, y cruzados de la salud -religiosos o no- que intentaban convencerla de llevar a cabo prácticas por afuera de las previstas por la medicina alopática. Pero María -ella misma lo explicaba- no creía en los gorgojos, los poderes curativos del limón, el alma o la eternidad. A principios de abril, cuando fue internada y diagnosticada de un modo terminal -pues la quimioterapia no había funcionado-, explicó que solo creía en los cuidados paliativos, que le aseguraban un final sin dolor, y en la aceptación de la muerte.
"Bueno, mañana contesto más mensajes y etc. Ahora tengo que terminar un libro. No sea cosa" escribió el 2 de abril pasado, dando muestras de un filo y una inteligencia que resplandecían en esa noche hospitalaria. Fue entonces cuando empecé a seguirla con discreción -jamás le escribí-, con temor -algunas sacamos turnos para hacernos chequeos médicos- y con una suerte de fascinación ante esa prueba inusual: la de poder acompañar a la distancia a una mujer en su proceso de pensar y acomodar la propia vida antes de partir. ¿Era eso, además de un final, un ejemplo de uso político del cuerpo? ¿Eran los últimos días de María una feroz e involuntaria performance? Frente a las figuras como Marina Abramovic -que viaja por el mundo exponiendo su cuerpo con la tranquilidad de que, si lo desea, puede detener el show- estaban María Vázquez y sus días sin "después", tirándonos la existencia como un flechazo en la frente, llevándonos a preguntar si habíamos hecho lo suficiente hasta ahora. Si éramos conscientes de que la vida es imprevisible pero también nuestra.
Puesta a elegir entre cumplir un rol social o vivir, está claro que María -que cualquiera- habría elegido abandonar poses heroicas y volver a casa. Pero los roles llegan a veces incluso a pesar de uno, y ahí estaba Kireinatatemono contando sus horas con una eficacia que muchos seguimos con estupor y respeto, como si esas aguafuertes incluyeran la palabra exacta para cada uno de nosotros. Seguimos los devaneos con las dosis de morfina, los vómitos, el alivio de aquel día en que una transfusión de sangre le permitió caminar quince cuadras y pasar más de media hora con su hijo. Y seguimos también la muerte.
El 10 de abril, María -Marie, para sus seres queridos- posteó su último mensaje. Y el 21 de abril fue su marido quien apareció en la cuenta. "En su ley, con una sonrisa y el puño apretado, Marie acaba de morir", explicó. Minutos después, la noticia llegó a los diarios y llegó, también, una pregunta que aún permanece. ¿Por qué María se volvió tan especial? Tal vez haya sido, en parte, el canal de comunicación -María murió en la realidad, pero también lo hizo en Twitter-, pero elijo pensar que fue, por sobre todas las cosas, el espejo en que se transformó. Hubo, en trazos de 140 caracteres, una mujer que nos expuso a nuestra rematada pequeñez y dijo, a su modo: aprovechen, miren, toquen, saboreen, vivan este mundo en technicolor. Cuiden todo lo que tienen, como si fuera un talismán.
En febrero, los argentinos conocieron el caso de maría vásquez, una tuitera con cáncer que exorcizaba sus días a través de esa red social. Durante varios meses, contó su paso por la enfermedad, y supo conmover (e incomodar) a quienes la seguían.