Se supone que para ser felices buscamos paz. Tratamos de ordenar nuestras contradicciones y aceptarlas para que los tirones que nos hacen doler la guata y el corazón disminuyan.
Para muchos, el sentido de lo que está bien y de lo que está mal forma parte de la búsqueda de la paz. Ordena la vida, nos dice qué hacer y qué no, nos advierte nuestras transgresiones, nos hace completamente humanos. Pero si tenemos convicciones claras (o no tan claras, pero intuiciones sentidas) en algún momento la indignación es una condición de la paz.
Me refiero en parte a la crisis que hoy vive Chile, sumido en desconfianza, rumores, cacerías. Quien no se indigna es que tiene un deber ser ("súper yo" le llamamos los psicólogos) frágil y eso no es sano. También está la vida privada donde la indignación de los padres es lo que da origen a los límites y por ende lo que forma la personalidad y la fortaleza de los hijos. Me refiero a los profesores que han perdido autoridad en el aula y no se indignan ya ante la falta de respeto de los alumnos. Me refiero a las creencias que no siempre defendemos a fondo porque ...en fin... no se saca nada.
Creo profundamente que fenómenos tan disímiles como el robo al Estado o el alcoholismo de los jóvenes o la falta de compasión concreta por los más pobres y los que sufren no son más que una indiferencia social que nace del temor a indignarse. Un país donde todos desconfían pero casi todos tratan de portarse bien no va por buen camino.
La rabia es una emoción necesaria para la sobrevivencia. Lo saben todos los mamíferos. La indignación es la rabia intelectual, es la rabia que nace de las convicciones. Eso lo saben los seres humanos.
No hay que "portarse bien". No hay que "parecer" calmado. Cuando tenemos rabia, por favor indignémonos y mostremos a los otros que no nos quedamos quietos ante lo que nos horroriza o nos disgusta.