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Editorial
Lunes 04 de mayo de 2015
Violencia racial en Estados Unidos
La presencia de casi 5.000 efectivos de la Guardia Nacional y una semana de toque de queda fueron las medidas con que se buscó evitar un nuevo estallido de violencia, pero que no solucionan un problema que se replica a lo largo de todo EE.UU...
Distante apenas 65 kilómetros de Washington D.C., el 23% de la población de Baltimore está bajo la línea de pobreza, al tiempo que el 66% de sus habitantes es afroamericano; dos factores que sumados al cada vez más cuestionado desempeño de las fuerzas de la policía -acusadas de violencia excesiva en contra de la población negra- se están transformando en una explosiva mezcla social.
El Presidente Barack Obama, que carga con el peso de ser el primer Mandatario afroamericano en la historia de Estados Unidos, no tardó en hablar sobre el caso. Y sus palabras recogieron las inquietudes de todo el país, al afirmar que "hemos visto demasiados ejemplos de lo que parecen ser agentes de policía interactuando con individuos, principalmente afroestadounidenses, a menudo pobres, en modos que generan preguntas inquietantes".
Es probable que gran parte de esa población sienta que la llegada de Obama a la Casa Blanca no se tradujo en ningún cambio directo en sus vidas. Y por eso, parte de esa frustración se transforma en violencia cada vez que ocurre un incidente que involucra policías y afroamericanos. Un reto que colocaría a cualquier Mandatario -independiente de su raza o credo- en la misma difícil situación en la que hoy se encuentra Obama. Y de la cual tendrán que hacerse cargo todos los precandidatos que en las últimas semanas iniciaron la carrera por ganar las presidenciales de 2016. La solución todavía se ve muy lejana.
Evitar otro Ferguson
En agosto del año pasado, la muerte del adolescente Michael Brown convirtió a Ferguson (Missouri) en un escenario en que la violencia racial estalló de manera casi incontrolable frente a las cámaras de televisión. Fue un precedente de Baltimore, pero no el único a lo largo de estos meses, en que la lista de incidentes, lejos de estancarse, sigue creciendo. Y que con cada nuevo episodio, como la muerte de Terrance Kellom la semana pasada -un afroamericano de 20 años- a manos de la policía de Detroit, profundiza la crisis social y el cuestionamiento a las autoridades.
Por su parte, en un país en que conseguir un arma de fuego -muchas veces de alto poder- es fácil, el temor de la policía es que cada sospechoso sea una amenaza potencial ante la cual es imprescindible reaccionar de manera rápida y precisa. Eso explica, muchas veces, el uso de fuerza letal ante una potencial -o incluso inexistente- amenaza.
En un mundo marcado por el temor al terrorismo, los cuerpos de policía -y no solo en EE.UU.- se han visto obligados a una militarización que los ha distanciado de los ciudadanos. Sobre todo cuando persiste la impresión de que los policías son "intocables" frente a la justicia, aunque no sea así. Es por eso que las autoridades enfrentan hoy el gran desafío de recomponer las confianzas al interior de estas comunidades. Porque si bien la violencia racial en los últimos años ha estado enfocada en la población afroamericana, también ha habido casos que han afectado a latinos, musulmanes o asiáticos. Lo peor sería que otros grupos ciudadanos abrieran nuevos flancos de violencia.
Competencia China-India
El terremoto que afectó a Nepal, y cuya cifra de muertos podría superar los 10.000, ha movilizado a la comunidad internacional para ir en ayuda de los heridos y sobrevivientes. China e India, en su condición de países vecinos, no se han restado de este enorme esfuerzo mundial contrarreloj. Beijing, por ejemplo, ya envió brigadas de rescate con perros entrenados, mientras que Nueva Delhi -además de rescatistas- desplegó más de una decena de aviones y helicópteros. Pero para estos dos gigantes, esta tragedia también representa la oportunidad de mostrar su capacidad de acción frente a una crisis de esta envergadura y de aumentar su influencia en Nepal; un país pequeño, pero estratégico.
Potencias demográficas, dueños de arsenales nucleares y actores ineludibles en la economía internacional, China e India llevan años compitiendo a nivel regional y mundial. Han invertido millones de dólares en ampliar y modernizar sus Fuerzas Armadas, así como en reforzar su presencia en África, América Latina y Medio Oriente; además de buscar protagonismo en la toma de decisiones en los foros internacionales.
La visita del Presidente Xi Jinping a Pakistán -rival histórico de India-, el mes pasado, es otro ejemplo de esta competencia. Sobre todo al ofrecer US$ 46.000 millones para infraestructura con el objetivo de abrir nuevas rutas comerciales que le permitan una salida más expedita al Mar Arábigo. Asimismo, India ha buscado acercamientos con otros actores regionales y mundiales con el objetivo de consolidar su proyección económica y estratégica hacia la zona del Pacífico. Y todo indica que la competencia entre ambos actores continuará escalando.