En un mundo que está repleto de pantallas, el espectador todavía suele pedirle a la sala de cine -primera pantalla de la modernidad y aún la más grande- que amplifique sus sensaciones, que las agigante. Por lo mismo ya no nos impresiona mirar en ella batallas titánicas, acrobacias imposibles, persecuciones galácticas y permanentes escenas de Apocalipsis. Para nuestros efectos, estas se han vuelto paisaje común y casi una segunda piel. Estos días, lo verdaderamente escaso es lo otro: un espacio donde observar lo grandioso de un diálogo y la intimidad de un rostro; ser testigo de un encuentro entre personas de carne y hueso, y no entre meros personajes.
De ahí lo extraño de enfrentarse a "Winter Sleep", la ganadora del último Festival de Cannes, en 2014. Dirigido por el realizador turco Nuri Bilge Ceylan, este drama es, en el fondo, una bestia de otra época. Pocos personajes, emociones desatadas, duración extrema, montaje teatral, paisajes desolados. Con razón uno lo piensa dos y más veces antes de adentrarse en sus 3 horas veinte de metraje: la película intimida no solo por lo desnuda y lo exigente, sino por toda la ambición que hay detrás de esa aparente modestia, la misma que dice practicar Aydin, acaudalado dueño de un hotel labrado directo en la piedra de laderas de Gënome, en la provincia de Cappadocia. Actor en su juventud, ahora se dedica a administrar su negocio, escribir columnas para un diario local y pasar las tardes con su hermana y una joven esposa, mientras sus numerosos inquilinos le pagan renta. Porque, aunque no lo parece, Aydin es dueño de medio pueblo y más allá.
El filme se toma su tiempo para dejarlo en claro, pero lo que tenemos al frente es nada menos que un señor feudal; uno que, pese a su bajo perfil, se siente muy a sus anchas en el papel atendiendo a sus arrendatarios y a sus huéspedes, conversando con sus mujeres, manejando por sus terrenos y escribiendo sus artículos en un estudio que más bien parece una cueva, una guarida. Pareciera que es el único que no se da cuenta del "gran poder" que tiene sobre todos los otros -para echar a los insolventes, para abrir o cerrar su negocio, para mandar en su casa-, pero esa es una de las muchas imposturas que escena tras escena la bergmaniana "Winter Sleep" se encarga de echar abajo: basta que alguien cuestione mínimamente el principio de su autoridad para que el león dormido despierte y muestre los dientes. A la hora de demostrar quién manda, Aydin opera con la ironía y el desgano propios del que alguna vez se rebeló contra esa misma fuerza, pero aunque esté en el invierno de su vida y a punto de entrar en hibernación (aludiendo al título del filme), el animal y sus viejos hábitos están ahí, al acecho.
Ceylan ya había dado cuenta de ese centenario atavismo en la magistral "Érase una vez en Anatolia", pero lo que allí era pura intensidad sinfónica -una cacería policial que devenía en el retrato de un país-, la nueva cinta lo reduce a una austera pieza interpretada a dúo: siempre Aydin y alguien más, dialogando, encarando. Y él siempre por encima de la situación, en aparente calma y control, totalmente embebido -atrapado, condenado en realidad- por su regio papel. Como si el señor de estas tierras fuera incapaz de abandonar el escenario teatral, dejar de lado el libreto y ponerse por una vez en su vida a merced de los otros. Correr ese riesgo, despojarse y mirar directo hacia lo que va quedando, hacia lo que todavía sigue en pie.
KIS UYKUSU
(Turquía, 2014).
Con Haluk Bilginer y Melisa Sözen.
Dirección de Nuri Bilge Ceylan. <199 min.