Señor Director:

No deja de sorprender la creciente escalada de hechos de violencia vividos al interior de los colegios. Ejemplos son la reciente noticia de una madre que denunció una golpiza a su hijo en clases, o la de los alumnos que el año pasado para el Día del Profesor vendaron a un grupo de maestros y los agredieron.

Según cifras de la Superintendencia de Educación, a septiembre de 2014 habían llegado más de 2.800 denuncias de maltrato a estudiantes. Llama la atención que sean hechos cada vez más violentos y reiterados, lo que abre diferentes interrogantes.

Es cierto que la violencia es entendida como un fenómeno complejo, multifacético y extendido (Corsi, J., 1994), adoptando diversas formas. Pero, a su vez, es un fenómeno que no puede dejar de ser pensado desde las actuales políticas públicas. ¿Qué aprenden nuestros jóvenes cuando perciben la poca tolerancia entre los adultos? Si en discusiones políticas y públicas se insultan y desprestigian porque no hay concordancia entre las ideas. Pareciera que la democracia es solo un tema de la mayoría, y no de razones ni de fuerza argumentativa.

¿Qué reflejan los adultos estresados cuando lanzan su auto en picada para ganar un puesto más adelante, o enfurecidos tocan la bocina? Generar cambios en el actual clima escolar debe comenzar por una mejora de nuestro clima social y cívico. Una sociedad polarizada no contribuye, la descalificación moral y personal no aporta, el uso de la fuerza cuando faltan argumentos invalida todo juicio.

La prevención de la violencia nace desde la cuna, se cultiva mediante una buena disciplina, que es el elemento que, a juicio de Kant en la educación, convierte la animalidad en humanidad.

M. Solange Favereau C.
Académica Facultad de Educación, U. de los Andes