Debo confesar que envidio a la izquierda. Al menos cuenta con un partido, el Socialista, capaz de presentar políticos de primera categoría en la disputa por su presidencia. Envidio su capacidad de resolver los problemas apretando el acelerador. Ayer, todos hablábamos de la crisis del Gobierno, de las falencias de la Presidenta y de la necesidad de cambiar el gabinete. Hoy, aunque no ha resuelto ninguno de los graves problemas que aquejan al país, ha conseguido, por arte de magia, desviar nuestra atención. Ya no hablamos de otra cosa que del "proceso constituyente". Esta estrategia (salir de un problema provocando otro) seguramente la aprendió Bachelet de la Sra. K.
Admiro el cariño con que la izquierda trata a sus bases más duras. Ellas son, en definitiva, las únicas con las que uno puede contar a la hora de revertir una situación adversa como la que ha vivido la coalición gobernante en el último tiempo. En la elección socialista, Escalona perdió porque parecía menos de izquierda, porque se sospechaba que no estaba tan de acuerdo como su rival con todas las políticas del Gobierno. Cualquiera pensaría que eso es una ventaja, en un momento en que las encuestas dicen que ni la reforma laboral ni la educacional gozan de especial popularidad. Pero ni siquiera Escalona lo ve así, y hoy dice que fue malentendido.
En el fondo, la izquierda les habla a sus bases con el lenguaje que ellas quieren oír, no se disfraza con otro color político. El régimen anterior, en cambio, maltrató sistemáticamente a su propia gente. Por ganar el corazón de los neutrales, descuidó el tratar con afecto a los propios. Por eso, aunque los números hablen a su favor, hoy no tiene a nadie que defienda a muerte su legado, ni hay una base bien organizada a partir de la cual sea posible armar una buena campaña electoral.
Envidio la disciplina de la izquierda. La Presidenta dice que, de haber un cambio de gabinete, no entrará nadie que no esté firmemente convencido de las reformas que está llevando a cabo. Acto seguido, José Miguel Insulza declara que está de acuerdo con el programa, con las reformas y con todo lo que se ha hecho. Ni Peñailillo haría una declaración tan complaciente. Uno podría pensar que su estancia en Washington lo desconectó de la realidad nacional, impidiéndole percibir falencias que son realmente graves. Pero no es eso, sino simplemente disciplina, que es lo primero que cabe esperar de un eventual ministro del Interior.
Celebro la persistencia de la izquierda, que le permite ir más allá de lo que dicen las matemáticas. Los números no calzan para financiar la reforma de la educación escolar, la gratuidad universal universitaria y todo el resto de sus promesas, pero eso no es un problema para ella, que continúa su marcha, inexorable. Ya se verá más adelante cómo se arregla la carga y a quién se responsabiliza de los males futuros. Siempre les podrá echar la culpa a los empresarios, a Piñera o a los poderes fácticos para salir indemne de los males que provoca.
Me asombra su facilidad para presentar lo viejo como nuevo. El 26 de noviembre de 2006, el titular de los diarios decía: "Bachelet lanza ambicioso plan de medidas contra la corrupción". Han pasado nueve años, y vuelve a levantar una idea que no había aplicado.
Me sorprende la habilidad de la izquierda para mantener controlados a sus aliados. Meses atrás la DC se mostraba díscola y reivindicaba un camino propio. Las encuestas ciudadanas confirmaban ese talante crítico de su directiva, mostrando que la gente no gusta de posiciones extremas. Hoy, la Democracia Cristiana parece haber sido domesticada, y figura en la prensa más por ciertos escándalos que por el hecho de tener vuelo propio.
Me impresiona su capacidad de reordenar las propias filas. Hace un mes, la Nueva Mayoría era un caos. Bastó un golpe de timón para que hoy aparezca como un ejército en orden de batalla.
Envidio a la izquierda, pero solo hasta cierto punto. Se puede aprender mucho de ella, pero confieso que me descorazona su modo de gobernar, donde el manejo de la imagen y el gusto por el poder ocupan el lugar de la verdadera política. Prefiero un poco menos de disciplina, pero más espontaneidad; quizá menos relato, pero un poco más de trabajo.
Envidio la capacidad de la izquierda de resolver los problemas apretando el acelerador. Ayer, todos hablábamos de la crisis del Gobierno. Hoy ha conseguido, por arte de magia, desviar nuestra atención. La estrategia de salir de un problema provocando otro seguramente la aprendió Bachelet de la Sra. K.