Las más recientes cifras de actividad económica parecen objetar el optimismo expresado por nuestras autoridades respecto de una incipiente recuperación de la economía. Incluso los positivos datos del mercado laboral requieren ser analizados con detención. En el nuevo escenario externo, menos favorable del que hemos estado acostumbrados por una década, Chile debe reencontrar su senda de crecimiento, pues es condición necesaria para sustentar políticas pro igualdad.

Los indicadores de actividad económica entregados por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) sugieren que la situación económica está lejos de mostrar signos claros de recuperación. De hecho, la importante caída en los índices de Producción Minera (-4,9% en doce meses), Producción Manufacturera (-2,8%), Producción Industrial (3,2%) y del índice de Ventas del Comercio al por Menor (-0,4%) viene a cuestionar la hipótesis de los brotes verdes prematuramente anunciada por la autoridad.

Las positivas cifras de los últimos meses podrían haber sido un efecto temporal producto del impulso fiscal. Así, con limitadas herramientas para continuar sustentando una política expansiva y con un Banco Central con restringido margen de acción, la autoridad debe evaluar medidas que permitan reactivar la economía. De otro modo, se seguirán ajustando a la baja las expectativas de crecimiento en el corto plazo -tal como lo hizo recientemente el Fondo Monetario Internacional-, e incluso se pueden ver afectadas las estimaciones del crecimiento potencial de nuestro producto.

Sorprendente inactividad

La baja tasa de desempleo del trimestre móvil enero-marzo del 2015 (6,1%) fue interpretada por la autoridad como una muestra de la solidez de nuestro mercado laboral, aliciente para avanzar con su agenda laboral. Lamentablemente, tal como en el caso de los brotes verdes, existen dudas fundadas respecto de este optimismo.

La situación de los inactivos llama la atención. De acuerdo al INE, en los últimos doce meses el número de personas mayores de 15 años que reportaron no estar trabajando ni buscando un empleo (inactivos), aumentó en más de 167 mil (3%), la mayor variación interanual desde que se inició la Nueva Encuesta Nacional de Empleo.

La mayor contribución a dicho monto provino de la categoría "Inactivos sin deseos de trabajar" que tuvo un sorprendente aumento de más de 268 mil personas en doce meses. Esa cifra fue parcialmente compensada por la reducción interanual en el número de inactivos por razones de "Estudio" (una histórica variación de -180.275), "Salud Permanente" (-50.875), "Personales Temporales" (-15.555), "Estacionales" (-5.713) y "Desaliento" (-9.817); a ella se le sumaron sendos aumentos en el número de inactivos por razones de "Jubilación" (78.723), "Montepíos o Pensiones" (47.530) y otros (35.219). Todos esos movimientos determinaron no solo el inédito aumento en el número de inactivos, sino que también permitieron continuar con los bajos niveles de desempleo.

El INE da pocas explicaciones o elementos de juicio para entender estas dinámicas. De hecho, en su más reciente boletín, la institución atribuye el sorprendente aumento en el número de inactivos sin deseos de trabajar al "período estival de medición". La razón es poco convincente y técnicamente cuestionable. Por otro lado, tampoco ofrece mayores explicaciones de la caída de 4,3% en el número de desempleados (en doce meses), situación que se contrapone a la lentitud con que avanza la economía. Además, sería recomendable un análisis técnico de la diferencia en su tasa de desempleo para la Región Metropolitana (6,1%) respecto del reportado por la Encuesta de Ocupación y Desempleo de la Universidad de Chile que ha documentado un aumento en el desempleo desde 6,3% (marzo 2014) a 6,8% (marzo 2015).

Desaceleración y desigualdad

Más allá de las razones que expliquen el aletargamiento de nuestra economía, es necesario comenzar a reflexionar sobre el impacto que puede tener esto sobre una dimensión socialmente sensible, como es la distribución de ingresos.

El análisis de la dinámica de desigualdad en América Latina durante la última década ofrece una interesante perspectiva al respecto. De acuerdo a cifras del Banco Mundial, en dicho período, la gran mayoría de los países de la región vio mejorar su distribución de ingresos en forma significativa, Chile incluido. Al menos tres razones explican ese logro: aumentos en los ingresos provenientes del trabajo, grandes programas sociales con masivas transferencias monetarias y un aumento en la cobertura en la educación que redujo las diferencias salariales en la población. Por cierto, de uno u otro modo cada uno de estos factores se vio beneficiado con los recursos frescos que aportaron los extraordinarios términos de intercambio que favorecieron a la región.

Por eso, ante el riesgo del fin del boom de los commodities, debemos analizar críticamente nuestras reales posibilidades de continuar reduciendo la desigualdad. La estancada productividad del trabajo, la deficiente calidad del sistema educativo y los desincentivos al empleo de muchos programas sociales serán escollos difíciles de esquivar para muchos países. Si a la lista agregamos, como en el caso de Chile, una agenda laboral que mira el pasado más que el futuro, no sería raro que el menor crecimiento venga también de la mano de una mayor desigualdad.