Al menos tres factores hacen de "El príncipe desolado" un montaje -con respaldo de un Fondart de Excelencia- de gran interés. Primero, marca el debut aquí de Alejandro Quintana, de seguro el director teatral chileno de mayor prestigio en el exterior, tras 41 años y más de 70 producciones en el exigente medio alemán. Luego, que pone en escena la que quizás sea la única obra no estrenada -y una de sus favoritas- de Juan Radrigán, salvo un semimontaje mostrado brevemente en la Muestra Nacional de Dramaturgia de 1998, que la seleccionó. Por último, dada la carrera de Quintana y el fogueado equipo comprometido, el resultado se preparó con una dedicación y rigor artístico que nos gustaría ver más a menudo en nuestro teatro (lo que en el balance final se hace notar).
Claro que se trata de una pieza atípica del autor premio nacional 2011, ajena al reflejo crítico de la realidad local que ha marcado su obra. Por el contrario, emplea el formato de la tragedia clásica para desarrollar un relato de corte bíblico, filosófico y de gran elevación, inspirado libremente en el Génesis. A la manera de una cantata u oratorio hablados, sus personajes míticos alegorizan los comienzos de la Humanidad según la cosmogonía judeocristiana.
Aquí Luzbel, el ángel caído, arrojado de la corte celestial por su rebeldía, regresa al Edén junto a su amada Lilith, como última opción de encontrar una cura para la dolorosa enfermedad mortal que la aqueja. El Paraíso con que se encuentran lo rige un poder totalitario que castiga duramente cualquier trasgresión al orden establecido; peor aún, quienes cautelan el sistema son sus propios tres hijos, que el exilio los forzó a abandonar.
Rico y complejo, el sentido de esta parábola contiene, por cierto, muchas de las constantes temáticas y de estilo de Radrigán; pero elaboradas ahora con grandiosa solemnidad, en un tono lejos de los pobres y excluidos de la tierra. Empezando por el aliento poético de su texto, y el tópico de la marginación. Está también, aunque remota, la metáfora política, si entendemos a Chile como un paraíso perdido (hay un prólogo agregado que así lo sugiere). Habla además del fracaso de todo proyecto de cambio; de la búsqueda inútil de una libertad ideal e irrestricta; de la infelicidad intrínseca del ser humano, y, sobre todo, de la fuerza del amor.
Uno entiende y agradece el serio profesionalismo y altura de miras del esfuerzo y la entrega en sus diversos aspectos. Pero todos los logros actorales, tanto como el movimiento y dispositivo escénicos, no consiguen obviar que este es un texto con demasiadas palabras. Su retórica suena bellamente, pero escasea en tensión y densidad dramáticas. Y sus personajes carecen de auténtica vida interior; son más bien voces que sustentan el discurso lírico, reflexivo y sentencioso. Lo que nos remite a las tragedias de Séneca, escritas no para ser representadas, sino para ser recitadas en público. Quintana acentúa la aridez textual y su espesor simbólico insertando un extracto del monólogo de Ofelia de "Máquina Hamlet", de Heiner Müller.
Matucana 100. Funciones los miércoles, viernes y sábado a las 21:00 horas, hasta el 16 de mayo. Entrada general: $ 5 mil, estudiantes y tercera edad: $3 mil.