Estaba con mi amiga Fiori Riccomini, 90 años, pintando en un taller y me pregunta si conocía a Adelina Gutiérrez. Me muestra su foto y su obituario. Me invadió una pena inmensa. Ignoraba su reciente muerte.
"Era mi compañera en el María Auxiliadora" - me dice Fiori - "las dos mejores del curso, yo saqué 32 en el bachillerato; ella, mucho más".
Y me cuenta cómo la Sra. Adelina, la primera astrofísica chilena, entró al Pedagógico a estudiar Física y Matemática mientras que a ella, que quería dedicarse a la química, el papá no le permitió irse sola a la Universidad de Concepción. "Estudié Corte y Confección", me dice y aplica un poco de acrílico al león que pinta.
Le cuento mi cariño por la Sra. Adelina y su marido, el astrónomo Hugo Moreno. Nos conocimos en conversaciones semanales a la salida de misa cerca del Cerro Calán, donde vivían. Yo tenía 19 años y partía a estudiar a Indiana.
Eran los comienzos de los años 60. La Sra. Adelina también voló a Indiana, a doctorarse en Astrofísica, y varias veces los Moreno Gutiérrez llegaron en visitas puramente amistosas; sabían que un grupo de chilenos jóvenes andábamos huachos y se preocuparon de irnos a ver, aunque estábamos a 300 km de la Universidad de Indiana, a apadrinarnos, darnos alegría y olor de Patria.
No sabía yo entonces que don Hugo estaba "de visita" en EE.UU.: durante los dos años del doctorado de la Sra. Adelina él investigó en Chile y se hizo cargo de los dos hijos y una hija.
De regreso, me fui enterando del calibre de la astrofísica y del astrónomo.
Rastrillar las raíces del Chile astronómico lleva a Federico Rutlant, Claudio Anguita... y Hugo Moreno. He visto fotos de don Hugo a lomo de burro en la cordillera, subiendo a gringos a evaluar la calidad de los cielos. El tesón de Moreno, profesor de la Universidad de Chile, contaba con el apoyo de su Adelina.
Directa, con una voz de campana: clara y fuerte, se veía seria pero sabía reír a destiempo. Su inteligencia, sus anteojos gruesos, su aplomo y porte podrían amedrentar a primera vista, pero pronto despuntaba su espíritu acogedor.
Hablar sobre ella con los astrónomos María Teresa Ruiz, José Maza, Eduardo Hardy, Mónica Rubio, les despierta sentimientos de esos que se producen entre maestros y discípulos. "Valiente, hizo entonces algo que incluso hoy sería calificado de extraordinario. Lo hizo en una época donde doctorarse en Astrofísica era algo fuera de lo que se podía pedir a una mujer. Fundadora de la Academia de Ciencias, mi profesora nos mostró lo que se podía hacer, con el ejemplo, que vale más a veces que una enseñanza verbal," dice la Dra. Ruiz.
Su universidad la formó, la albergó, la homenajeó y le agradeció a esta gran mujer de la ciencia chilena.
En el libro "Talentos al servicio de Chile", Sergio Prenafeta enumera a grandes que fueron sus maestros: Carlos Videla (álgebra superior), Óscar Marín (cálculo infinitesimal), Abraham Pérez (planimetría), Genaro Moreno (geometría analítica) y Federico Rutlant, director del Observatorio Astronómico Nacional (cosmografía). La cadena del saber.
Ella, metódica, firmó más de 65 publicaciones; algunas, en las mejores revistas científicas del mundo; escribiendo un texto "Astrofísica General", y siendo miembro de número del Instituto de Chile. Sus temas: espectrofotometría, nebulosas planetarias, estrellas simbióticas, extinción atmosférica, determinación del color en estrellas tempranas, según el texto de Prenafeta.
Mi amiga Fiori me cuenta que para la fiesta de sus 80 años, Adelina, su compañera del María Auxiliadora, estaba a su lado. "Habló", dice, y me abre sus ojos grandes, como agradeciéndole.