Quiso el destino que Cobresal fuera campeón cuando toda su región lloraba de pena, muerte y dolor. Pudo serlo hace muchos años, cuando tuvo planteles más poderosos y más dinero, pero alzó la copa cuando su gente más lo necesitaba.
Su historia -que ya recorre el mundo- tiene particularidades notables. Es el reflejo del chico contra el grande, del pobre contra el rico, del equipo apoyado por un puñado de hinchas contra los populares. La épica del fútbol se escribe con el puño nervioso de los hinchas cobresalinos, y podremos discutir para siempre sobre la calidad futbolística con la que construyó su primera estrella, pero eso será apenas un detalle cuando se lea la historia. Lo mismo dijeron de los griegos cuando ganaron la Eurocopa, y nadie pudo borrar esa gesta.
Fue una jornada inolvidable pintada con el pincel del fútbol verdadero. Pudo perderlo frente a un Barnechea que no necesitó de gran cosa para transformar el partido en 90 minutos de nervio. Pero una cosa debe quedar clara: si Cobresal pudo cimentar la leyenda dando la vuelta olímpica en el estadio El Cobre (que, está comprobado, jamás podrá llenar) fue porque la U. Católica hizo todo lo posible para que así fuera.
Si los de Dalcio Giovagnoli lograron sacudirse de las presiones para tener el premio mayor, los cruzados pusieron otro ladrillo para construir su leyenda más oscura. La increíble pesadilla vivida en San Carlos será recordada por años por una hinchada que ya no puede sufrir más humillaciones. Mario Salas recitó, una y otra vez al final del partido, que "no podemos repetir lo que pasó hoy", sufriendo por primera vez -y cuando había virado al equipo y retornado las multitudes a San Carlos-, el estigma inexplicable que aqueja a los cruzados.
Fallar en la instancia clave y desatar un mar de lamentos es un sello patentado por la UC en los últimos años, que requiere explicarse con más profundidad que esas frases inconexas que trató de hilvanar Darío Botinelli (el villano de este cuento) mientras apuraba el tranco hacia la salida. A los cruzados les molestan las etiquetas y las burlas, pero hacen poco por evitarlas.
Ya habrá tiempo para el análisis más detallado del perfil futbolístico de este torneo, aunque sigo sosteniendo que me parece muy discreto. Una cosa es el nivel de juego y otra muy distinta la emoción. Es verdad: fue un desenlace emocionante, con muchos equipos comprometidos y varias cosas en disputa, pero eso no compensa la falta de jerarquía.
Poco importa si, con el material emocional que estuvo en juego, con la epopeya de un chico y el derrumbe de un grande de siempre se puede levantar una leyenda. Justo cuando más se necesitaba, porque al amparo de esta historia, Cobresal puede aspirar a lo único que desea desde su nacimiento, siempre amenazado con la desaparición: un lugar en la inmortalidad.