No es clara la veracidad de la frase que titula esta columna. La chismografía histórica, inmortalizada por Shakespeare en su drama "Julio César", cuenta que viendo César a Marco Junio Bruto, hijo de su amante Servilia, entre los conspiradores que lo atacaban en el Senado, le toma la mano con que lo apuñala, lo mira a los ojos y le representa su traición con esa frase inmortal: "¡tu quoque, fili mi!"
Los desaguisados familiares ocurren hasta en las mejores familias y han servido de inspiración a la literatura universal. En el "Rey Lear", el bardo inglés retrata el amor filial, la ambición y la traición en una dimensión majestuosa pero humana, donde la política y el afecto filial se entrecruzan magníficamente.
La religión es rica en disputas familiares. En la Biblia, Caín mata a Abel celoso por el favor que Dios le dispensa al segundo. Dios indignado por tamaño crimen lo condena a una vida errante. Los musulmanes lo mismo. La gran disputa entre los sunitas y chiitas, que tiene a medio mundo en guerra, viene de la larga rivalidad entre los herederos políticos de Mahoma y su yerno.
Por eso, no nos debiera de sorprender que la política tenga algo de negocio familiar; ni que el hijo político eche al biológico del círculo más íntimo. Y, a su vez, que ambos desilusionen a la madre y menos que el primero que lanzó una piedra contra el otro, enrostrándole el más grande pecado progresista -el afán de lucro- termine desnudado por el mismo pecado, con unos informes dudosos, a una empresa dudosa, cuyo dueño es dudoso empresario, pero certero operador.
Ambos, cuales Brutus modernos, han acuchillado el alma política de nuestra Presidenta, han develado una crianza que no fue lo suficientemente estricta para extirparles de una vez por todas los vicios que tanto condena.
Por eso, me voy a permitir darle a la Presidenta un consejo que recibí de mi padre (un vanguardista y pedagogo post-moderno) y que resume una sabiduría milenaria de su Parral natal: cuando los hijos se portan mal, no los rete y menos los hiera con sus palabras, porque eso provoca traumas que después requieren psicólogos, psiquiatras y años de terapia. Su recomendación era antes que nada aforrarles a los dos porque va a ser muy difícil saber quién empezó. Y en segundo lugar, decía, afórreles rápido porque un cachuchazo oportuno, bien pegado y justo, nunca había traumado a nadie.
Ahora bien, esta tragicomedia ha tenido un gran beneficio para el país. Yo estaba desarrollando sentimientos culposos, con esto de defender que ganar plata es una virtud y perderla un vicio; me sentía demodé defendiendo el lucro. Lo mismo cuando defendí que la elusión tributaria es un derecho y que la evasión es un delito. Los que desde el púlpito de la superioridad moral nos apuntaban con el dedo y nos sacaban al pizarrón por querer lucrar y eludir, vemos que son los guaripolas de los mismos "vicios".
Yo felicito a nuestras autoridades de la Nueva Mayoría, por una gran carrera profesional como asesores. Informes sobre temas tan diversos como la filosofía vietnamita y su influencia en las mareas chilotas o el efecto del batido de las alas de las mariposas sobre la cultura diaguita, han ameritado sesudos informes, remunerados generosamente, por empresas recién constituidas.
Lo más paradojal, es que la misma institucionalidad que tolera ser liderada por políticos ideológicamente falsos mantenía presos a dos empresarios ideológicamente verdaderos.
Por eso yo estoy tranquilo, yendo por la vida sin pose de santón. He defendido el derecho que tenemos todos a ganarnos la vida lucrando; a elegir la mejor alternativa tributaria para hacer negocios y el sagrado derecho de apoyar económicamente las causas políticas que nos merezcan simpatía.
Con el mismo énfasis, he dicho que lucrar y pagar menos impuestos no son pecados, si se cumple con la ley y que las contribuciones políticas son legítimas, pero deben transparentarse para que todos sepan donde están las simpatías y lealtades de políticos y contribuyentes. Es hora que nuestras autoridades hagan lo mismo y armonicen sus palabras con sus actos.