¿Es de verdad tan malo el campeonato chileno? La pregunta, que tenemos que repetir cada vez que nuestros equipos son vapuleados a nivel internacional, es de difícil respuesta.
La lógica indica que el principal parámetro para medir la competencia interna son las mediciones internacionales. En Europa, la eterna discusión entre la Liga y la Premier quedó zanjada esta temporada con los equipos ingleses eliminados tempranamente, mientras cuatro españoles luchan por ser los mejores del continente. Sin embargo, por competitividad, táctica y puesta en escena, para muchos los británicos siguen siendo más entretenidos e intensos que los de la península. Un criterio subjetivo que vale también en el análisis.
El torneo chileno, en el comparativo con Paraguay, Bolivia y Perú, por ejemplo, representa mucha más inversión, planteles mejor dotados y mejor infraestructura, pero hace rato que a nivel de la Libertadores no podemos marcar supremacía. Ni hablar frente a Uruguay y Ecuador. La localía, como quedó claro esta semana, no es ventaja y la tesis de abrir las puertas de la Sudamericana a quienes no hayan jugado la Libertadores reduce de antemano las opciones de competir dignamente también en ese torneo.
Sugerir que Cobresal -un equipo tan irregular como cualquiera del certamen- pueda ser campeón sin ejercer su localía y sin un gran nivel de juego es considerado un vejamen clasista o un artero ataque contra el regionalismo. Objetivamente pienso que cualquiera sea el campeón de este Clausura, su rendimiento no estará a la altura de la corona, y que su logro será rápidamente olvidable. El año pasado los tres candidatos perdieron muy pocos partidos y la diferencia con el resto fue ostensible. Por simple matemática, fue mejor que este, y no porque dos de los que estaban en la disputa hayan sido tres de los equipos más populares del país.
Es probable que la lucha por el descenso -excepcionalmente con tres cupos para esta temporada- lo haya transformado en un torneo más impredecible y parejo, pero sigue llamando la atención que la inversión de nuestras sociedades anónimas y la táctica de nuestros técnicos no sirvan para emparejar la lucha en Sudamérica contra equipos con menos dinero y planteles menos dotados.
Reducir el número de extranjeros e incorporar juveniles son dos ideas que lanzó esta semana Sergio Jadue y tuvo poca repercusión, porque se huele su oportunismo. Fundamentalmente porque ya es un hecho que está al frente del peor Consejo de Presidentes que se recuerde en la historia reciente del fútbol nacional. Sin ideas, sin voluntad para el debate, sin capacidad propositiva, sin que la oposición pudiera siquiera levantar una candidatura. Al incorporar el secretismo a su funcionamiento, lograron invisibilizarse. No sabemos, ni nos importa, qué dicen, qué hacen, qué sugieren, qué proponen para levantar el torneo. Lo único que les preocupa es la mensualidad del CDF y, en ese escenario, nada podemos esperar de ese grupo de burócratas ineptos que surgieron con las sociedades anónimas y que no son capaces siquiera de diferenciarse entre la masa inerte que llega como borregos cada tanto a Quilín.
La culpas compartidas suelen diluir las responsabilidades. De este nuevo fracaso somos todos, obviamente, solidarios. Pero ya sería hora de que comenzáramos a inquietarnos. En serio.