Raúl Neira y Andrés Lalanne

Vivir o morir.

La derrota de Cobresal a manos de O'Higgins, el viernes por la noche, aceleró los corazones de una y otra escuadra. Albos y cruzados sabían que un triunfo los acercaba al líder, pero que una derrota prácticamente los sacaba de competencia.

Fue la UC quien golpeó de entrada. En una superficie que le sienta bien (por algo suma seis partidos consecutivos sin perder en Macul), urdió una jugada a ras de suelo que fue finiquitada por José Luis Muñoz y encendió la ilusión de los dos mil cruzados que coparon el lado sur del estadio popular.

La Católica de Salas no retrocedió ni bajó el ritmo. Con el empuje y el coraje que ha caracterizado a su rival de turno, fue por más gloria. Y la encontró en una fórmula tantas veces ensayada en las alturas de San Carlos: pelota detenida y conectada en el segundo palo.

Colo Colo, a esas alturas del partido, no podía encontrarse. Sin un conductor nato, el rol lo fueron cumpliendo Felipe Flores o Esteban Paredes. Pero ninguno lo cumplía bien. El ingreso de Bryan Carvallo insinuó algún cambio, pero el joven de 19 años terminó atorado por la marca de Tomás Costa y Erick Pulgar.

El equipo de Héctor Tapia, apagado, sin chispa, tampoco se imponía en los balones detenidos, y eso sí que sacaba ronchas en las tribunas: el hincha blanco puede perdonar errores, pero no el egoísmo en la pierna fuerte.

Llegó el 3-0, una composición de buen fútbol: conjunto de toques rápidos, desborde y aparición de cinco jugadores en posición de ataque. Acertó Pulgar, y asunto liquidado.

Era vivir o morir.

La UC sigue respirando. El título no está en sus manos, pero la vida le ha vuelto a sonreír.