Desde la Azotea Matilde se ve a lo grande. Ubicada en el mismo edificio que aloja a The White Rabbit, frente a la plazoleta Camilo Mori de Bellavista, es -de entrada- un buen lugar para turistas. O para sentirse como uno en la propia ciudad. Bien, pero no puede fallarles el ascensor que funciona por la calle lateral, Chucre Manzur. Uno, en sus años, puede subir airoso las escaleras de seis pisos. Pero una pareja con cochecito y guagua que no pudo recurrir al artilugio para bajar, mal.
En fin, gajes del ascensor.
La atención es atenta, aunque un poco dispersa. Servilletas de papel de calidad, agua fría al llegar. Y una carta no muy extensa, por lo que se debiera esperar algo mejor, pero quedan al debe.
Para empezar, un crudo ($7.600), de buen tamaño, pero con más grasita de la necesaria. No hay que creerles a esos porcentajes de la bandeja de supermercado: debe ser magra. Y el ají que acompañaba venía algo viejito, junto con cebolla morada picada (no muy fina), tostadas y pepinillos, que también podrían haber venido en corte menor. De fondos, un risotto ($7.900) y un cordero ($8.400). El primero con tomate deshidratado, lo que se complementó muy bien con unos trozos de espárrago, pero que liquidó a unos pocos camarones de comparsa. Muy de tierra, rico e intenso, pero tendrán que escoger otro tercer ingrediente. Y el cordero, servido en paila de greda, con papas doradas algo quemadas y, gran pecado: en cubitos algo duros y secos, con algo de vino tinto, zanahorias y champiñones.
Con estos tres ejemplos, y una crème brûlée ($3.600, chica y no barata) con su cubierta sin caramelizar -venía granulada-, la constatación fue que les falta arreglar la dirección y el libreto, porque la escenografía es de lujo. Habrá que ir al atardecer a probar la mano de la barra, mientras tanto.
Antonia López de Bello 0118, Bellavista.