Si usted está a cargo de un equipo periodístico y quiere probar a un posible nuevo reportero, lo ubica en una pauta de trabajo junto a los periodistas estables. Lo mismo en un equipo de cualquier actividad. Un equipo médico, uno de abogados, lo que sea.
Lo que usted no haría es armar un equipo mixto, formado por profesionales estables y otros a prueba. De hacerlo, formaría un grupo desequilibrado, sin oficio de trabajo en conjunto y, por lo mismo, de predecible bajo rendimiento.
Le pasó a Chile al enfrentar a Irán. A un cuadro armado, férreo en la defensa de su territorio y abonado al contragolpe, nuestro seleccionado opuso una formación experimental, reuniendo a titulares (Claudio Bravo, Gonzalo Jara, Eduardo Vargas) con otros a prueba y algunos de escasas convocatorias. Y Chile perdió 0-2.
Hubo un rato, cuando ya no había caso, en que se vio mejor. Lógico: entraron Alexis, Gary Medel, Charles Aránguiz, Mauricio Isla, todos titulares, y David Pizarro, un candidato a gran nivel. Era un equipo titular con algunos jugadores de alternativa.
En lo rescatable estuvo el partido de Juan Cornejo, el eficiente lateral de Audax, y en lo inquietante se instaló la comprobación de que el equipo inicial no fue "protagonista", que es el sello distintivo de los equipos del entrenador nacional.
No parece haber, entonces, un estilo y aquel protagonismo al parecer se consigue solo con los jugadores consagrados. Interesante confirmación, tal vez, de que después de la "generación dorada" hay muy poco. Y menos habrá si el trabajo con menores es tan deficiente como lo ha sido con la última rotativa de entrenadores.
Ante Brasil se jugó con el equipo "tradicional" chileno (más Rodrigo Millar y Pablo Hernández y el ingreso desde la banca de Matías Fernández y Mark González).
Obviamente fue un equipo mejor que el que jugó contra Irán. ¡Y cómo no iba a ser así! Pero igualmente cosechó más inquietud que confianza. Es posible que los héroes (salvo Alexis) estén cansados y es un hecho que la actuación de la mayoría no está a la altura de sus campañas previas al Mundial de Brasil (anda bien Matías Fernández, que no estuvo entonces).
Este Brasil de Londres se paró en su terreno a esperar a Chile, tal vez en la creencia de que era el mismo equipo del Mundial. Poco a poco fue abandonando su campo, tal vez al comprobar que no era el mismo, pero permitió la impresión de que era dominado por Chile, cuestión que nos encanta creer, sin que nuestro seleccionado apurara a Jefferson.
O sea, se jugaron dos partidos y se perdieron los dos. Rescatamos a Juan Cornejo y lo demás nos deja en penumbras.
En un partido por los puntos, alguien habría visto a Medel pisando duramente a Neymar y habría sido expulsado. ¿No habíamos aprendido que eso no se hace? La actuación y la posición de Arturo Vidal llevan a pensar que en su papel de indiscutido debería estar todo más claro de lo que parece estar. Queda claro que no quedó tiempo para ver adecuadamente a Matías Fernández y no tan escasamente como se lo vio ante Brasil. No aparecen soluciones de alternativa para el centro de la zaga y poco se ha tocado el tema (más allá de pruebas escasas y del oscuro episodio de la exclusión de Marcos González). ¿Un solo hombre en punta después de la aparente jubilación anticipada del 9 falso? ¿El fútbol de vértigo de Sampaoli ya no sirve porque dejó de ser sorpresa y hay que optar por la cautela?
Hasta aquí, descontando las expresiones de autosatisfacción escuchadas, se acumulan más preguntas que respuestas.