Por genética, solidaridad o conveniencia, el sindicalismo actuó esta vez en tándem: el paro nacional que activó un sector opositor encontró eco entre los gremios más afines al gobierno. No había sucedido lo mismo durante la serie de tres huelgas que había soportado antes la Presidencia de Cristina Kirchner.
El sindicalismo más cercano a la Casa Rosada abandonó su posición dócil. Antonio Caló, jefe de la Central General de Trabajadores (CGT) oficialista y de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), dio luz verde para que sus afiliados adhieran al paro. Además, criticó los alcances del impuesto a las rentas y dijo que el reclamo "es legítimo".
Otros referentes de su CGT, a diferencia de los paros anteriores, se quedaron de brazos cruzados y en silencio. Jamás pensaron en movilizar a su tropa de adherentes para minimizar los efectos de la medida de fuerza. Tampoco aceptaron el transporte alternativo y privado para ir a sus trabajos ni atacaron retóricamente a sus pares de oposición argumentando que la protesta tendría fines políticos.
El paro envió dos mensajes. Uno, cuyos destinatarios son los candidatos a Presidente. Que el gobierno que viene tome nota: los huelguistas no solo pretenden que les resuelvan el tema de las ganancias con la billetera estatal. Demandan un interlocutor directo, permeable a sus reclamos y que sepa escucharlos sin proponer la división para neutralizarlos.
El otro destinatario del mensaje es el propio movimiento obrero. Los diferentes sectores apuestan a capitalizar el impacto de la huelga para negociar la eventual unidad de la CGT.
Nicolás BalinottiLa Nación/Argentina/GDA
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