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Cartas
Martes 31 de marzo de 2015
Recuerdo de "Cambalache"
Sin duda que cuando el gran compositor Santos Discépolo estrenó los versos del tango "Cambalache", no pudo adivinar jamás la universalidad y permanencia simbólica de su implacable mensaje. En pocas estrofas, denuncia los desbordes de la realidad actual, vaticinando: "Que el mundo fue y será una porquería... (en el quinientos seis ¡y en el dos mil también!)... vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos".
Con esta alegoría sonora se resalta la cara visible del problema de descomposición y perplejidad por el que atraviesa este país y, junto a él, la frágil corteza moral imperante.
Por el gran teatro de los noticieros se ventilan toda clase de pasiones y espectáculos de los que nadie está ajeno. "¡Cualquiera es un señor!" y "¡cualquiera es un ladrón!": el político aprovechador; el empresario bribonzuelo; el delincuente reincidente que finalmente cae, es atado a un árbol y sobre el que recae toda la garra y la frustración colectiva producto de la amarga y lacerante sensación de impunidad, cuando "el que no llora no mama y el que no afana es un gil".
Registra también la brecha - por no decir la zanja- insoslayable entre lo que queremos y aspiramos como sociedad y la realidad que una y otra vez nos desconcierta.
Ciertamente, hemos consolidado nuestra democracia plural y nos hemos integrado al mundo global. Sin embargo, hemos sumergido la conciencia que es el tronco imprescindible, donde están los referentes morales que admiramos; los principios de la ética cotidiana que aplicamos y los valores cívicos, que todos debemos estar dispuestos a servir y a mantener sanos y limpios, ya que forman el pilar básico de nuestra convivencia.
La respuesta a ello es la tentación de reformarlo todo y corregir las grietas, los fallos y también los abusos del sistema de algunas golondrinas marginales, anteponiendo una empresa de demolición formal que utiliza el rodillo y la consigna para derrumbar y amenazar el desarrollo y el bienestar que con tanto sacrificio hemos alcanzado para desalojar la pobreza.
Esa impaciencia por dictar nuevas leyes atolondradas, "de tiro corto", cargadas de pólvora y que, en lugar de ser la expresión vertebrada de un consenso y un reencuentro aterrizado, "se arreglan en el camino" provocando tensiones, encono y el continuo hostigamiento de vencedores contra vencidos.
Esa pasión telúrica por hacer cimbrar a cañonazos instituciones enteras, que proveen de estabilidad y seguridad al crecimiento de una economía que siempre se debe al servicio de las personas, es producto más que nada de la falta de detección oportuna del pillaje de algunos malhechores, sancionándolos con firmeza, sin fueros ni privilegios, sin que importe "que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón".
Esa capacidad casi patológica por romper con nuestro pasado, tratando de forjar una identidad incompatible o inversa con nuestra cultura de generaciones, enrevesada entre la sobriedad y la malicia, el respeto y la ironía, que, lejos de estimular nuestra convivencia organizada, se divorcia de ella con escándalo.
Finalmente, esa tentación de insistir inútilmente en hacer cuajar instituciones jurídicas importadas que no funcionan ni se adaptan para nada en nuestro medio y que, a pesar de los alardes y gargareo incansables de originalidad de sus autores, estos continúan disciplinadamente un camino dislocado y contrahecho cuya confusión abismal por nivelarnos con algún ambiguo ranking foráneo, recuerda: "Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches ves llorar la Biblia junto a un calefón".
Necesitamos recuperar la ilusión y el anhelo por regenerar la confianza en las instituciones. Más que nada, el respeto y admiración a sus líderes como testimonios de permanencia histórica, superando la paradójica sentencia que consigna el famoso tango como remate: "¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!... ¡Dale, nomás! ¡Dale que va! ¡Que allá en el horno nos vamos a encontrar!".
Arturo Prado Puga
Abogado