Probablemente, Mario Valdivia sea el primer escritor policial chileno -ojalá no estemos ante el último- que trata con solvencia, desenvoltura y riqueza estilística a esa figura clave de la narrativa negra: el agente público, en este caso el detective de la Policía de Investigaciones Óscar Morante, una figura creíble, simpática, mañosa, atrabiliaria y profundamente humana. Un crimen de barrio alto es su primera novela en formato impreso (antes había publicado varias en espacios digitales) y, en general, cumple sobradamente las expectativas no solo del público aficionado a las ficciones policiales, sino de todo aquel que busca entretención de calidad, genuino suspenso, sorpresas repentinas y todo aquello que va asociado con este tipo de relatos. Junto al comisario Morante actúa un equipo de caracteres secundarios que a veces se roban la película, y otros principales, como la psicóloga criminal Adriana Vallejos, el forense Manfred Becker, el inspector Cáceres, la subinspectora María Urrutia y varios más, cada uno muy bien delineado, todos diferentes, todos agudos sin creerse genios. Los malos, malvados, ciento por ciento maldadosos, también resultan creíbles, y nuevamente Valdivia da en el clavo al dosificar la intriga y no entregarnos, desde el principio al final, un cuadro simplón, maniqueo, predecible, ya que, por el contrario, Un crimen... mantiene la ambigüedad e incertidumbre hasta que cerramos el libro.
Todo comienza con el asesinato de la bellísima, brillante, talentosa Clarisa de Landa, en su domicilio situado en un sector de la ciudad donde hay que caminar kilómetros para encontrar movilización colectiva. Al comienzo las pistas apuntan hacia la empleada doméstica Ana Sandoval, su sobrino Carlos, un delincuente peligrosísimo, y la familia de Clarisa. En verdad, tanto las encumbradas autoridades políticas -que son apenas el telón de fondo de la trama-, la jefatura que está por encima de Morante, la prensa, en fin, el corazón del establishment criollo desea y procura que la brutal muerte de la joven se resuelva encontrando un culpable en los bajos fondos. No obstante, la investigación, gracias a una cierta inquina de Morante contra los poderosos y la sagacidad de Adriana, poco a poco se va enfocando en el banco donde la víctima ocupaba un puesto clave, siendo colocada ahí por Carlos Gurdjian, presidente de la entidad financiera más importante de Chile. Lo mejor de Un crimen... reside precisamente en revelarnos un mundo desconocido, del que apenas sabemos nada, en el cual se mueven ambiciones ocultas y movimientos de capitales incalculables, se logran fortunas siderales, se hacen negocios inimaginables. Valdivia, ingeniero comercial de profesión, conoce esos tejemanejes como la palma de la mano y, sin pausa ni respiro, nos introduce en las entrañas de esas fábricas de dinero, de fraudes, de mentiras que se traducen en una red de intereses que, fatalmente, conducen a una corrupción sin paliativos. En comparación con estos magnates que engañan impunemente a la sociedad, los delincuentes que aparecen en las noticias resultan niños de pecho. No obstante, tampoco son tratados en blanco y negro y, de nuevo, la pericia de Valdivia para lograr que entendamos estas maquinaciones resulta admirable. En estos días de escándalos tributarios, defraudaciones estratosféricas, persecución del lucro por el lucro, exhibicionismo monetario galopante, Un crimen... es, fuera de sus méritos literarios, una luz de alerta, una señal seria de la crisis por la que pasamos.
Clarisa, y eso lo sabremos muy luego, produce una conmoción dentro de la firma: los machos la repudian, las mujeres la admiran o envidian y su independencia y liberalismo chocan con la gazmoñería de una institución privada que no soporta ver a una ejecutiva con demasiado poder, con demasiada lucidez para dejarse obnubilar por un grupo de profesionales a primera vista muy competentes y, en el fondo, más ladrones que los habitantes de la cueva de Alí Babá. Ella es la protagonista indiscutible de la historia y aquí hay otra prueba de la inteligencia de Valdivia, pues Morante y su gente deberán saber quién es, quién fue este invisible, excepcional personaje.
Un crimen... se resiente, quizá ineludiblemente, por el excesivo empleo de jerga mercantil -páginas y páginas con explicaciones acerca de empresas de papel ayudan poco a seguir el complot- y, en un grado menor, por el atiborramiento de una prosa recargada que cae en el lugar común. Sin embargo, es una logradísima narración y anuncia a un destacado autor.