Con motivo de la próxima Bienal de Arquitectura, la organización convoca a una interesante reflexión ciudadana sobre la calidad de la arquitectura contemporánea nacional. Nominando zonas, lugares o edificios, la comunidad tuitera puede pronunciarse sobre lo que, a su juicio, será el patrimonio del próximo siglo. Con una foto, una frase y adicionando la etiqueta #PatrimonioSigloXXII, se puede ingresar una obra a esta apasionante curaduría de la calle.
Un siglo después de que las vanguardias abrieran el juicio estético a las masas, la pregunta por la apreciación de la arquitectura contemporánea sigue siendo tan pertinente como intrigante. El Movimiento Moderno, la gran revolución arquitectónica de principios del siglo XX, soñó con poner la producción industrial al servicio del arte y permitir así el acceso universal al diseño. Pero solo hace algunos años resultó posible encontrar una chaise longue o un sillón Barcelona en una tienda de retail (en donde, por fin, el "hombre nuevo" puede comprar en cómodas cuotas el trono del siglo XX). La arquitectura seriada que propuso el Movimiento Moderno, y que le valió el título de Estilo Internacional, hubo de abolir por un sentido práctico el ornamento superfluo. Con esto, amplió sin querer la brecha entre el objeto estético y el espectador, y se volvió requisito sine qua non de la arquitectura de vanguardia, una revolución cultural de las masas, que debían renunciar a sus antiguas preferencias para aceptar esta nueva belleza desnuda y racional.
Revolución mediante, los arquitectos seguimos consultando el mesurado juicio estético de la academia. Celebramos el reconocimiento de nuestra arquitectura por la crítica extranjera, pero poco sabemos cómo es apreciada por sus propios usuarios. Entre los artefactos que los arquitectos hemos ido repartiendo por el paisaje, ¿hay alguno que represente meritoriamente los ideales de nuestro tiempo presente? Una sola mención ciudadana al respecto nos debiera valer más que un Pritzker.