Siendo la China un conglomerado tan inmenso de culturas, de su culinaria se cultiva aquí la cantonesa y poquísimo más. Con la de la India pasa algo semejante, salvo que raramente se indica la procedencia cultural de los platos ofrecidos. Pero el afortunado aumento de restoranes indios nos permite ya comparar, al menos, calidades.
Visitamos el restorán Soul of India un caluroso día al almuerzo. Su interior sombrío y fresco nos pareció prometedor, lo mismo que su agradable decoración. Pero a poco andar nos incomodaron la televisión, que transmitía banalidades bollywoodenses; unas airadas, ruidosas instrucciones que alguien impartía a quien parecía un empleado, y el ostentoso aseo de sectores del bar practicado por alguien más.
Decidimos no ver ni oír y concentrarnos en la larga carta. Se nos advirtió por el garzón, luego de unas destempladas voces del de las instrucciones, que no había nada "tandoori" porque todavía no se había encendido el horno (hacia las 2 de la tarde). Esto, en cierto modo, alivió nuestra elección porque había muchos platos de ese estilo. Con una ayuda amable, pero nada erudita, compusimos nuestro menú.
Partimos con un mutton sheekh kabab ($7.900), consistente en unos trozos de carne reseca de cordero ensartados en brochetas, y puestos sobre un lecho de verduras, que no nos sugirió otro pensamiento que "¿no habrá forma de asar estas bestias y dejarlas jugosas?". La otra entrada fue de pollo, en este caso, pechuga, que parece universal y fatalmente condenada a la sequedad: el murgh tikka ($7.900) consiste en trozos de pechuga con salsa de yogur y especias. Estas aliviaron la lengua en la travesía por esa carne árida, sobrecocida... Debiéramos haberlo previsto.
Como el servicio era lento (éramos los únicos clientes), y ya enterados de las malas pulgas del de las instrucciones, no nos atrevimos a cambiar los fondos que fueron, también, cordero y pollo. Como era de esperarse, el pollo (murgh hadeix con curry y jengibre; $7.500), resultó también extremadamente seco, aunque, igual que en el caso anterior, la salsa del curry -sin presencia apreciable de jengibre- fue muy agradable (para comer sola). Nuestro mutton kesari ($9.200) con coco y azafrán resultó, no obstante adolecer de igual sequedad, el mejor plato de esta cata.
Se nos ofreció, curiosamente como "acompañamiento", ese generalmente rico pan indio, el nan, en este caso un tandoori nan ($1.400), que venía empapado en aceite, haciendo desagradable su manipulación e ingesta. Pedimos también un jeera rice ($3.200), arroz basmati con comino y clavo, pero sin aroma, exangüe.
Postres: congeladísimo kufi de mango ($4.500), y rasmalai ($3.900), insípida esponjita de leche con almíbar de cardamomo casi sin cardamomo (era el aroma que queríamos disfrutar). Buenos jugos ($3.200). Carta de vinos escueta.
Balance. Cocina hecha sin delicadeza ni suficiente técnica (esas carnes secas...). Buenos jugos. Un par de estacionamientos.
Vitacura 4111, Vitacura. 2 2228 2825.