Este término nos remite a acciones grandes y públicas, impulsadas por personas maravillosas que merecen ser recordadas épicamente. Revisando con alguna detención las noticias del año pasado comprenderemos que el Gobierno y la izquierda en general vivieron un tiempo de excepción. El haber emprendido las reformas que postularon, en el número y con la magnitud que tienen, y haberlas aprobado en medio de la polvareda que levantaron, hizo que sus protagonistas sientan haber vivido un tiempo de epopeya. Mal que mal, sentaron las bases para cambiar completamente el sistema que nos regía por décadas y que nos mantenía vinculados a aquella "maldita dictadura".
Frente a ellas quedaron diseminadas y desarticuladas las objeciones "humanistas" de sus socios democratacristianos. Y de la actitud de la derecha, solo cabe decir que llegó a ser poco más que una "no actitud". Las ligeras rectificaciones que alcanzaron no rozan siquiera la médula de aquellos proyectos, ahora leyes. En ninguno de estos grupos se alzó alguna voz que se acercara algo al espíritu de epopeya que movió a los impulsores de los nuevos-viejos planteamientos.
Es una enorme paradoja que todas las propuestas que se presentaron como grandes novedades no sean más que reformulaciones de viejísimos postulados, comprobadamente fracasados en las más diversas partes del mundo donde se las impuso siempre por la fuerza. El meollo de ellas, el Estado controlador de la vida de las personas, cayó estrepitosamente hace un cuarto de siglo con el Muro de Berlín y el régimen soviético. Sin embargo, en nuestro país, luego de decenios de una exitosa trayectoria que no se había conocido antes, este Estado total se yergue triunfal y desafiante para redimirnos de tanto ascenso.
El año que pasó fue el del espíritu epopéyico para destruir lo anterior, consolidando a sus caudillos. Sin embargo, construir requiere metas claras, conocimientos definidos y esfuerzos sostenidos. En el debate las metas brillaron por su ausencia y los conocimientos fueron desplazados por las consignas. Y en cuanto a sostener un esfuerzo, bien sabemos cuán de tiro corto somos. Por otro lado, las huestes triunfantes han demostrado no ser tan homogéneas. El fantasma de la Babel se cierne sobre el país disfrazado de Estado. Mal que mal, la base del éxito del sistema que nos rigió radicó en que permitía a cada uno aportar lo suyo, por modesto que fuera: su herencia fue una obra colectiva dentro de un marco que reconocía el valor de cada persona.