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Editorial
Viernes 06 de marzo de 2015
Proyecto para Alameda-Providencia
Cuanto se haga, deberá mantenerse siempre en total conocimiento público, y convendrá considerar alguna instancia por la que la propia ciudadanía pueda pronunciarse sobre el proyecto que en definitiva se defina.
El Gobierno Regional Metropolitano ha anunciado que lanzará un concurso internacional para remodelar completamente los 11,3 km del eje Alameda-Providencia -de Las Rejas a Tobalaba-, el principal de la capital y del país. Se aspira a establecer un corredor exclusivo para el transporte público, áreas verdes, paseos peatonales, ciclovías y mobiliario, y configurar esta gran avenida como un lugar de encuentro, más que una vía de paso. Aspiración loable, pues es obvio que ese largo e importantísimo tramo adolece hoy de variados problemas, insuficiencias y deterioros que requieren solución. La mayoría de ellos aparecen bien identificados por especialistas o son evidentes para cualquier observador.
Pero no cabe olvidar que las ciudades tienen una suerte de vida propia, dependiente de la sociedad a la que pertenecen, y por eso están en constante cambio espontáneo y, además, en ocasiones como la comentada, impulsado por las autoridades de turno. Estas suelen gustar de promoverlos, movidas por sus visiones de conveniencia pública, política o estética. Caso paradigmático es la remodelación de París por el barón Haussmann bajo el Segundo Imperio francés. Muy discutida en su época, le dio a esa capital mucho del carácter que hoy se admira, pero también significó la pérdida de virtualmente todo el pasado medieval de esa ciudad, lo que incluso ahora se lamenta por historiadores y algunos urbanistas.
En tales casos, siempre hay una cuota de destrucción inevitable y otra de novedad necesaria. Es muy difícil arribar a un equilibrio en general aceptado entre conservar lo patrimonial y testimonialmente valioso, e introducir los nuevos diseños y elementos que incorporen la modernidad que se quiere o requiere. Esta ecuación compleja habrá de tenerse muy presente. En toda época, las autoridades de turno tienden a priorizar lo segundo. Aquí, en modo alguno debiera significar la pérdida de hitos aún existentes que testimonian nuestra evolución histórica. Por eso, es positivo que se plantee llamar a un concurso internacional, lo que permitirá considerar experiencias foráneas positivas y desafortunadas, contemplar el hoy ya bien conocido vínculo entre diseño urbano y delincuencia y, en fin, reducir eventuales ímpetus quizá no bien balanceados de autoridades transitorias. El drama del voluntarismo en el Transantiago no puede jamás olvidarse.
En todo caso, cuanto se haga, deberá mantenerse siempre en total conocimiento público, y convendrá considerar alguna instancia por la que la propia ciudadanía pueda pronunciarse sobre el proyecto que en definitiva se defina. No cabría una imposición, por prestigiados que fuesen sus autores. Y, en fin, ojalá se contemplen fórmulas para contrarrestar el intenso vandalismo urbano generalizado que impera en nuestras ciudades, para que esas nuevas obras, apenas inauguradas, no caigan en rápida degradación.