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Editorial
Jueves 05 de marzo de 2015
Datos duros y la Casen
La percepción de felicidad crece a medida que se asciende en la escala de ingresos; sin embargo, quienes dicen haber incrementado más su felicidad entre 2011 y 2013 pertenecen al 40% más pobre de la sociedad.
Las mediciones efectuadas a partir de las encuestas Casen y otras debilitan los argumentos que han sustentado la enconada crítica contra nuestro modelo de desarrollo y perfilan con mayor claridad los avances económicos y sociales logrados durante los últimos años.
La administración del ex Presidente Sebastián Piñera hizo del crecimiento económico, y la consiguiente creación de empleos, el objetivo prioritario de su programa económico-social. Pero, a raíz de las protestas estudiantiles que sacudieron a la sociedad en 2011, se extendió la noción de que el problema era que el buen desempeño económico no bastaba, que la desigualdad reinante impedía a la gente aquilatar los avances que registraban esos fríos indicadores, que la ciudadanía aspiraba a un concepto más amplio de bienestar.
Coincidentemente, a nivel mundial, el patrón de desarrollo que se observa en las economías de mercado últimamente ha sido cuestionado por agudizar las desigualdades de ingresos y por conseguir progresos materiales a costa de la real felicidad de las personas.
Con todo, en el caso de Chile, los datos duros parecen sugerir otra cosa. Entre 2009 y 2013, la economía chilena creció aceleradamente y creó 250.000 empleos por año. Aprovechando una coyuntura externa favorable, las autoridades supieron motivar un impresionante auge en el emprendimiento y la inversión, así como financiar programas sociales en favor de los más pobres. A consecuencia de todo ello, según ha revelado la encuesta Casen 2013, crecieron los ingresos de todos los estratos socioeconómicos, pero con especial fuerza los de los más vulnerables. La incidencia de la pobreza se redujo fuertemente en dicho período. Los indicadores de disparidad de ingresos, aunque paulatinamente, también mostraron mejoría.
Un nuevo informe de la Universidad del Desarrollo, elaborado con los datos de la Casen, aporta otra perspectiva interesante: la apreciación de las personas respecto de cuán felices son. Para 2011 y 2013 se ha inquirido de los encuestados el grado de satisfacción con sus vidas, calificado de 1 a 10 puntos. La brevedad del período no permite extraer conclusiones estadísticamente robustas, pero ofrece antecedentes ilustrativos. En primer lugar, entre 2011 y 2013, quienes se autocalificaron como alta o completamente satisfechos (esto es, que se anotaron 7 o más puntos) aumentaron desde 63 a 70% de la población. En segundo lugar, y como era presumible, en ambos años la percepción de felicidad crece a medida que se asciende en la escala de ingresos; sin embargo, quienes dicen haber incrementado más su felicidad entre 2011 y 2013 pertenecen al 40% más pobre de la sociedad. En tercer lugar, a nivel regional, excluyendo las regiones extremas, parecería que donde más baja el desempleo, más aumenta la felicidad. Revelador al respecto es el caso de La Araucanía, la cual -pese a las tensiones por la cuestión mapuche- reduce fuertemente la cesantía y encabeza el ranking en cuanto a mejorías en la satisfacción de sus habitantes.
Los avances que muestran las estadísticas durante los últimos años son muy satisfactorios. Pero en ningún caso avalan una actitud de inacción complaciente. Todavía es mucha la pobreza que nos rodea e insuficientes las oportunidades que el país ofrece a los más vulnerables. Un paso clave para seguir progresando es recrear el clima de confianza que nos permitió en años anteriores tan macizos avances.