Esta columna se inspira en la negativa imagen que muchos niños tienen de sus contextos escolares. Quisiera que los adultos nos detuviéramos a pensar: ¿cuánto estrés, en forma no consciente, inoculamos a los niños? ¿Cuáles son los efectos de la estructura escolar y la sobreexigencia en su actitud ante el aprendizaje y en su personalidad? ¿Cómo los hacemos sentir como estudiantes? ¿Qué podríamos hacer para que los niños asociaran aprendizaje con agrado? ¿Cómo lograr que ir al colegio sea una experiencia emocional positiva?
Quizás al empezar este nuevo año es bueno recordar una famosa frase de Maya Angelou, una de las más famosas escritoras afroamericanas: "Aprendí que las personas olvidarán lo que dijiste, olvidarán lo que hiciste, pero nunca olvidarán cómo las hiciste sentir".
Boris Cyrulnik, psiquiatra francés, sostiene en su libro "Cuando un niño se da muerte" (tomando como base un estudio de la Unicef de 2011) que un 12 por ciento de los niños son muy infelices en la escuela, en tanto que otro 18 por ciento no lo pasa bien. Vale decir que un tercio de los niños está muchas horas al día en un lugar en el que se siente desdichado .El autor plantea textualmente: "Cuando a la inmovilidad física exigida por la escuela se añaden un aislamiento afectivo y una dificultad de mentalización, el niño permanece prisionero de una representación de sí mismo desvalorizada. El aburrimiento somete al niño a esas huellas inscritas en su memoria que vuelven sin cesar como una obsesión (...) Cuando a los niños seguros los empujan y les insultan en la escuela, ellos saben cómo sobreponerse. Pero los inseguros sienten esas agresiones como un acoso, un trauma, y pasan a engrosar la población de niños que piensan en el suicidio".
La sobreexigencia que experimentan los niños que tienen dificultades en sus salas de clase genera estrés, baja su autoestima y determina una actitud negativa ante el colegio. La percepción de un ambiente competitivo, que los distancia de sus compañeros en vez de acercarlos, los predispone a presentar trastornos que afectan la convivencia escolar y crean un clima social muy tóxico.
Hacer que los contextos escolares sean espacios de encuentro y de creatividad puede ser un desafío que enfrenten en forma conjunta padres y profesores, a través de la generación de actividades creativas y de recreación, pero también de la convicción de que su actitud con los niños puede tener un impacto decisivo en su bienestar socioemocional y en su aprendizaje escolar.
El contexto escolar no debiera ser percibido por los niños como algo hostil y desvalorizador, sino como un espacio en que cada niño es visibilizado por sus talentos, donde pueda sentir que es capaz de cumplir con las exigencias y que tiene la oportunidad de aprender cosas relevantes en forma entretenida y con sus compañeros.