Rodrigos Oses P.

Como el año pasado, cuando regresó a Colo Colo, se puso la camiseta número 30 y descolgó la anhelada trigésima estrella, Esteban Paredes sabe que sobre él recae buena parte del éxito del Cacique.

Ayer, el panorama era oscurísimo. Los albos llegaron a Chillán después de una semana agotadora, por los encuentros ante Palestino (con dos expulsados) y la derrota en Colombia por Copa Libertadores.

Las bajas hacían fila. Emiliano Vecchio, Humberto Suazo, Jaime Valdés, Paulo Garcés y Luis Pedro Figueroa. Y más encima, el capitán Gonzalo Fierro fue expulsado al filo del entretiempo por una falta inexistente. Con diez jugadores y un Ñublense calculador, los albos volvieron a encenderle velitas a su salvador.

Paredes estaba en la banca, después de una semana en la que pasó más tiempo en la clínica que sobre el pasto. Héctor Tapia sacó a sus dos delanteros (Felipe Flores y Juan Delgado) por agotamiento e hizo ingresar a "Visogol". El atacante había llevado su propia jineta de capitán al sur y no heredó la de Fierro. Olía la hazaña.

Lo entendió al minuto 56, cuando se libró de dos marcas con un autopase y un sombrerito y estuvo a punto de abrir la cuenta. Y lo refrendó cuando terminaba el partido, a los 82', cuando selló con un zurdazo al ángulo una larga pared con Beausejour. Ídolo.

Corearon su nombre en la galería, se ganó los premios y hasta una copa. Y tres puntos que dejan a los albos de cabeza por el título. Paredes y la luz que ilumina al indio más oscuro. Y que, en estos días, enciende todas las ilusiones.