A veces, vivir en provincia proporciona una distancia respecto de la política chilena que no sé si es sabiduría o, lo más probablemente, otra forma de incomprensión. Desde esa feliz ignorancia, un observador más o menos neutral llega a las siguientes conclusiones:
1) Las discusiones y decisiones fundamentales de la República se adoptan en Santiago, predominantemente por santiaguinos y, consciente o inconscientemente, movidos por intereses que se definen en Santiago.
2) En esos procesos -que, finalmente, nos afectan a todos- participa un grupo reducido de políticos profesionales y no profesionales que se repiten una y otra vez y se prolongan en el tiempo, incluso por décadas.
3) Ese grupo (de políticos y de personas que trabajan en política o intervienen ocasionalmente en ella) padece de un severo ensimismamiento, del cual posee, a ratos, cierto grado de conciencia: circulan en un microcosmo -un acuario, podría ser- que se puede observar y seguir desde afuera -con un mayor o menor grado de curiosidad y atención según la "espectacularidad" de lo que acontece en su interior-, pero que, visto desde dentro, es opaco, turbio, sin claridad y transparencia hacia el exterior. Hay que recordar que el grado de participación, con voto voluntario, en las últimas elecciones fue bastante escuálido. Ese "mundillo" autorreferente, por lo mismo, se vuelca hacia las "encuestas", en una ansiedad un poco desesperada, buscando en ellas el espejo del que carece.
4) El gran instrumento, la herramienta fundamental de la cual dispone ese grupo es la ley, noble y poderosa en su naturaleza, pero también corrompible. Así, si se produce un problema social, la ley es mecánicamente el utensilio al que nuestros gobernantes echan mano para intentar resolverlo, más todavía si el "problema social" se está produciendo dentro de ese mismo grupo, el grupo encargado socialmente de solucionar nuestros problemas. El resorte de recurrir "a un cambio de ley" salta de inmediato, es casi un tic.
5) Sin embargo, la eficacia de la ley (su vigencia real), piensa el observador provinciano, tiene mucho que ver con la virtud, es decir, con la moral. El derecho sería innecesario en un pueblo de "hombres buenos", pero ¿qué ocurre con la ley cuando, al revés, la profundidad y extensión de la inmoralidad es demasiado grande? Los escándalos que han remecido a Chile en las últimas semanas tienen esa dimensión y, por ello, "desmoralizan", es decir, corroen el fundamento ético de nuestra vida en sociedad. Es un caso ejemplar de autismo político pensar que lo acaecido solo tiene una respuesta legal, si es la "ley" misma la que ha sido puesta en entredicho. En una cita de Platón, que no he podido verificar, en su diálogo sobre "Las leyes" escrito en su ancianidad, señala algo así como que estas son muros en una sociedad de personas que buscan la virtud, y apenas telas de araña frente a hombres corruptos.