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Editorial
Sábado 28 de febrero de 2015
Además, crímenes culturales
Es ya imposible una enumeración completa de las pérdidas en tantos sitios. El museo de Kabul en su hora, monumentos y bibliotecas en países de Asia y África -en Tombuctú, Mali, por ejemplo, fueron quemados invaluables manuscritos del Centro Ahmed Baba...
Los crímenes que desde comienzos del nuevo milenio ha venido perpetrando el extremismo islámico contra personas de todas las razas y religiones -incluidos islamistas que no adhieren a sus visiones- superan ya los límites del horror -degüellos, masacres, prisioneros quemados vivos, secuestros masivos de niños y mujeres, sevicias de toda índole y aplastamiento de todos los derechos humanos-. Con optimismo precipitado, se pensaba en décadas anteriores que los aberrantes excesos de los totalitarismos del siglo XX no podían repetirse en nuestro tiempo. Desde las Torres Gemelas, el fundamentalismo islámico ha venido demostrando crecientemente lo contrario a lo ancho del mundo.
Y como si el cúmulo horrible de todo lo anterior no excediese ya lo imaginable, dondequiera que ese fundamentalismo controla el poder añade sistemáticamente la destrucción cultural más bárbara e irreparable. En 2001, este diario adhirió al estupor impotente del mundo civilizado ante la destrucción de los milenarios Budas de Bamiyán por el gobierno talibán en Afganistán, que precedió por pocos meses al ataque en Nueva York. ¿Señales de advertencia que no supimos leer?, cupo preguntarse entonces. En la ulterior década y media, esa destrucción cultural irreparable añade regularmente nuevos capítulos que desvanecen en polvo y humo tesoros artísticos, arqueológicos e intelectuales que testimonian y permiten comprender el curso de la mente y la historia humanas.
Es ya imposible una enumeración completa de las pérdidas en tantos sitios. El museo de Kabul en su hora, monumentos y bibliotecas en países de Asia y África -en Tombuctú, Mali, por ejemplo, fueron quemados invaluables manuscritos del Centro Ahmed Baba-, marcan la desaparición irreversible de hitos de nuestra especie, en nombre de una repugnante y demencial "limpieza religiosa".
Lo ocurrido en estos días en Mosul, otrora foco cultural de Irak, con sus bibliotecas, incluidas la de la universidad y la de los musulmanes sunitas -cientos de miles de documentos preciosos y únicos quemados el pasado domingo-; su museo -una filmación orgullosamente difundida muestra la acción de combos, martillos y taladros acabando con reliquias asirias y partas, y objetos de cinco mil años a.C.-, sus iglesias y templos multicentenarios, sus teatros, centros artísticos y educacionales, recuerda, y supera en ciertos aspectos, la quema de libros y la proscripción nazi del "arte degenerado", los delirios del dirigismo cultural soviético y las aberraciones de la Revolución Cultural china. Y es de recordar que voces surgidas de entre los Hermanos Musulmanes, mientras tuvieron el poder en Egipto, alcanzaron a propugnar la destrucción de todas las huellas de su multimilenaria cultura preislámica.
Es amargamente probable que solo conozcamos una parte de esta destrucción vesánica: cuando el mundo observó con espanto lo sucedido en el museo de Kabul, los talibanes anunciaron con complacido orgullo que similar destrucción se estaba llevando a cabo en todo el país.
El "choque de civilizaciones" que predecía Samuel Huntington en 1993 parece mostrar siniestros signos de confirmación. ¿Qué hacer? Los amenazados -todos los países y todos quienes no comparten el extremismo islámico- no encuentran hasta ahora respuesta eficaz. Tal vez uno de los factores que podrían contribuir a detener esta locura, o al menos a crear conciencia cabal de ella, sería una condena mucho más enérgica, explícita y generalizada de los millones de musulmanes que no comparten tales aberraciones y son dignos herederos de esa cultura islámica que entre los siglos VIII y XVI, cuando menos, floreció en los más altos niveles del intelecto humano en la filosofía, las matemáticas, las artes, las ciencias, muchas veces con un espíritu de tolerancia superior al promedio de su tiempo y que supo enriquecerse y enriquecer al mundo con una preservación y transmisión cultural admirables -baste recordar su labor filosófica respecto del neoplatonismo y el aristotelismo-, y en nombres como Averroes, Al-Farabi, Avicena y tantos otros. Insuperable título para un gran clamor de repudio tienen quienes apoyan su fe en el Corán, cada uno de cuyos capítulos se inicia con la invocación "¡En el nombre de Dios, compasivo y misericordioso!" y que, al orar cinco veces cada día, han de desear al vecino de la izquierda y al de la derecha "La paz sea contigo". Esa respuesta desde el islam mismo, con sus no menos de 1.600 millones de fieles cuya inmensa mayoría no comparte estas monstruosidades, ha sido hasta ahora insuficiente.