Digan si no es verdad: hay harto restaurante que tiene una cocina de lujo y un ambiente de velorio. O peor aún: su decoración, además, es como de casa en la playa o como la de la tía abuela. Por eso, para quienes quieren sabor sumado a onda, la tarea es difícil. Hace años, cuando abrió el primer restaurante Sarita Colonia, este ofrecía en abundancia la estética y su cocina era un complemento al debe. Ahora, en su nueva versión y como se dice en el campo, finalmente "calza el pulso con la orina". La experiencia es completa.
Dentro de este gran local hay un sector más en plan de restaurante, con dos niveles y un patio interior, aparte de una terraza que -finalmente- le hace la competencia a la del Zanzíbar de BordeRío. Amplia y -ojo- con una carta más reducida en materia de cocina que la de los niveles inferiores. Pero en materia de bebestibles -entre coctelería muy creativa y harto vino, mucho- cumple para quien quiera satisfacer el alma más que el estómago.
Abajo, la decoración es muy kitsch y la música más marchosa. Los mozos, que parecen cool, atienden muy hot (metáfora). Cero distracción. Gran brigada. Lo mismo la cocina: si uno mira a su interior, están a toda máquina. Y así parte esta experiencia.
Un par de "abrebocas" -pequeños bocados por parte de la casa-, junto a pan y mantequilla de rosa y miel. Quien atiende conoce la carta, que es breve y -por lo mismo- sospechosa, pero el prejuicio es un error. Para empezar, un piqueo de mariscos a la chalaca ($6.900), servido en cucharitas chinas, y el mejor plato de la noche: rocoto relleno de carne sobre pastel de papas ($9.400).
¿Pastel de papas en un lugar tan ondero? ¿De verdad? Bueno: es uno de los mejores que puedan probar en su existencia. Y era el plato favorito del mozo. Un punto por él.
Luego, los fondos, de una carta que se ofrecía como "cocina peruana travesti". ¿No les pasa lo mismo, que cuando ven adjetivos arriesgados se les prende la sirena? Bueno, apáguenla. Primero, un cebiche de salmón con toques de salsas orientales que se acerca al tiradito, sabroso a más no poder (cebiche chino, $8.500). Y el punto algo bajo de la noche: un lomo saltado envuelto en una masa que no estaba malo (mim-pao, $8.100), para nada, pero que más parecía un wantán gigante relleno de filete mongoliano. Le faltó la crocancia de la cebolla y la textura del tomate salteado, señores. No basta con que esté rico, tiene que parecerse a lo que ofrecen.
Para terminar, otra sorpresa más: un postre de mousse de pepino y chirimoya ($4.900) que dejó su sabor fresco dando vueltas en la boca hasta meterse a la cama a dormir. Como para sentirse niño de nuevo.
Entonces, hay que reservar. Ya tienen fanaticada. Ni se le ocurra ir sin llamar antes.
Loreto 40, 2 2881 3937.