En ningún país ha sido fácil la lucha contra la violencia en el fútbol. Y ninguno logró erradicarla. Los incidentes que involucraron al Chelsea en París y al Feyenoord en Roma lo demuestran. Las barras, como expresión de fanatismo e irracionalidad, son una lacra imposible de extirpar, aunque eventualmente puedan ser controladas.
El único cambio en Chile es el cansancio del público que asiste a los estadios, que ya ha comenzado a irritarse con el accionar de los barristas, porque entiende que allí no hay pasión por el fútbol, ni cariño por los colores ni expresiones de apoyo ni adhesión a los ídolos, sino puro y simple aprovechamiento económico. En las bengalas, la invasión a la cancha y las bombas de estruendo del partido contra Emelec hubo un acto de desafío que perjudicó al equipo y a los verdaderos hinchas con el único objeto de sacar provecho financiero y político. Fue una inmensa e indesmentible demostración de cómo los líderes (movidos por su propia ambición) pueden utilizar a unos ignorantes e inmaduros incautos que luego mueven a toda la masa.
A estas alturas se está en contra o se es cómplice, y así comenzó a entenderlo el público que, con seguridad, se verá afectado por la señal que enviaron "El Visera" y sus amigos -delincuentes en su mayoría-: no importa el equipo, ni los hinchas, ni la Libertadores si se trata de defender sus intereses. En eso, el lumpen no se diferencia mucho de los empresarios inescrupulosos.
Lo que no admite discusiones es el fracaso de las políticas de combate y contención que han implementado los clubes y las autoridades. De los dirigentes del fútbol ni hablar: este ramo lo reprueban con agravantes, pues en muchos casos no solo fueron cómplices, también financistas y protectores. Hasta en los pequeños gestos; ¿recuerda a Carlos Heller haciendo con su manito la señal del "Bulla" en varias ocasiones? ¿Los jugadores no privilegian con su saludo a ese núcleo duro que los perjudica antes que al resto de la parcialidad? Está claro: en el momento más duro de los últimos tiempos, la barra brava perjudicó más que ayudó. Igual que en Colo Colo y la UC.
De los Carabineros y el Estado tampoco se puede decir mucho más, excepto que el plan Estadio Seguro fue un calvario para los inocentes y no ha significado ninguna pena para los culpables. Nos hemos sometido a revisiones humillantes, colas y requisitos para ingresar a un estadio, sin que eso impida que los barristas desplieguen su mejor espectáculo cuando y donde se les ocurra. Más aún: hacen ostentación, amenazan impunemente y reciben la admiración de los incautos que creen ver en ellos "la pasión".
Es en ese fracaso donde las cosas tienden a confundirse, donde volveremos a pagar todos por culpa de unos pocos, donde las sanciones serán a rajatabla y sin diferenciar. Estoy harto de los partidos sin público, a mediodía, con fuerte presencia policial y groseras revisiones por culpa de un puñado de mafiosos. ¿Acaso no hay manera de ver fútbol sin una barra jodiendo?