Esta película está organizada según las cuatro estaciones de un año. Comienza en el verano, con una familia burguesa que pasa sus vacaciones en la costa. La hija mayor, Isabelle (Marine Vatch), cumple 17 años, siente los ardores del sexo y pierde su virginidad con un novio de ocasión. Confía sus aventuras a su hermano pequeño, Victor (Fantin Ravat), pero mantiene el secreto ante su madre, Sylvie (Géraldine Pailhas), una mujer separada, de apariencia liberal, nada anticuada. Lo importante es que su primera experiencia sexual deja a Isabelle indiferente, sin emoción ni culpa.
Cuando entra el otoño, Isabelle ha dado otro paso. Con un teléfono personal, en una página web donde se hace llamar Lea y una mayoría de edad inventada, ya es una call girl que presta servicios en donde se la requiera, siempre en horas de la tarde, después del colegio y antes de regresar a casa, con vestidos de mujer adulta. Su primer cliente es Georges (Johan Leysen), un hombre mayor que se siente fascinado por su juventud. Le siguen muchos otros, aunque la película abrevia al máximo los detalles.
Isabelle acumula dinero con su incesante actividad diurna, pero no es claro que esto le interese mucho ni que sea su principal motivación. Tampoco la movilizan las experiencias de acoso que sufren sus compañeras de colegio en la calle. Ni hay huellas de un resentimiento contra su familia o una fuga desde una situación opresiva.
Nada de eso. Cuando sobreviene lo inevitable -el descubrimiento por parte de la madre, la conmoción del hogar, una amenaza judicial-, Isabelle solo muestra algún temor y hasta emprende un descomprometido esfuerzo por regresar a su condición de estudiante. Pero, en la última línea, su conducta con el sexo es enigmática.
El cineasta François Ozon ha construido su filmografía explorando la sexualidad femenina. Su cine evita de la misma manera el psicologismo y el simbolismo. Explora, más bien, ese pequeño e indefinible espacio que se ubica entre la interpretación psicológica y la realidad del sujeto. En sus películas hay siempre un misterio, pero no al modo de una intriga que pueda ser resuelta, sino al revés, al de una ambigüedad que persistirá más allá de la última imagen, sin solución ni explicación.
Joven y bonita lleva esa forma de hacer cine hasta el borde de la exasperación y suscita una pregunta tan ansiosa como tramposa: ¿qué diablos le pasa a esta niña? Las explicaciones insuficientes de la madre, el padrastro, la hermana, la policía -algunas de las cuales atraen la empatía del espectador-, son parte de esa trampa, la de tomar partido por fuera de la identidad de Isabelle. El misterio no es lo que hace, sino ella misma.
Hay que tener una convicción estética muy singular para filmar de ese modo tan elusivo, tan poco complaciente y tan seductora en su manera de envolver al que mira.
Jeune & jolie
Dirección: François Ozon
Con: Marine Vatch, Géraldine Pailhas, Frédéric Pierrot, Fantin Ravat, Charlotte Rampling, Johan Leysen
95 minutos.