Latinoamérica criminal se nos presenta como una colección de trece relatos de los narradores jóvenes más destacados en el ámbito hispanoamericano actual y si bien es natural que las editoriales, los prologuistas, otros narradores y ciertos críticos, muy ligados a quienes figuran aquí, celebren este compendio, la verdad es que se les pasa la mano. Esta compilación se originó en la revista McSweeney's, fundada en Estados Unidos por Dave Eggers, y por más que se nos entregue como "una selección de la mejor literatura latinoamericana contemporánea" o "una trepidante antología de relatos que van mucho más allá del género, firmados por los escritores (...) del momento", la verdad es que el libro no solo es básicamente deficiente, a ratos tan mal concebido que se hace difícil de digerir, sino que la obra, por lo general, parece provenir de un taller literario de aficionados que dan sus primeros pasos y, peor aún, al cerrar el volumen ni siquiera somos capaces de recordar absolutamente nada de lo que leímos. Latinoamérica... recurre al género negro, en los términos más laxos posibles, pues, con la salvedad de una sola ficción, el resto no guarda el más remoto lazo con asuntos de misterio, suspenso, incertidumbre, exposición de sucesos sorprendentes o inesperados, giros repentinos, desenlaces imprevistos, en fin, cualquier cosa relacionada con lo que es un argumento de este tipo. Las colecciones de cuentos, por lo general, tienen altibajos, sobre todo si se trata, como ocurre con este ejemplar, de narraciones hechas por encargo; en la especie, no hay buenos episodios junto a otros menos buenos o malos: exceptuadas dos crónicas de calidad, que provienen de autores consagrados y con vasta experiencia, el resto naufraga por diversos motivos. Sin ser exhaustivos, el estilo es tan primitivo y básico que linda con la puerilidad, la prosa resulta plana, aletargada, intercambiable, sin un ápice de originalidad o distinción y las anécdotas se parecen tanto entre sí, a pesar de transcurrir en escenarios diversos, que a la postre son indiferenciadas, completamente asimilables unas con otras.
Se trata de historias sin historia, sin acción, sin desarrollo, parecidas entre sí debido al tono monocorde, a la uniformidad en el uso del idioma y carentes de personajes, de modo que hay que hacer ingentes esfuerzos por entender qué es lo que pasa en cada nuevo título. Una mujer que decide proteger a un niño cuya madre es drogadicta y vive en la inmundicia no da para mucho más; un polaco que llega a Sao Paulo y se encuentra con decenas de cadáveres irreconocibles pudo haber sido el punto de partida de un asunto interesante, pero se alarga mucho; un travesti de La Habana que se hace llamar Amy Winehouse tiene, como no, problemas con la policía, si bien ello es insuficiente en cuanto a trama; en fin, una traficante de carísimos relojes suizos podría ser el tema de algo curioso, aunque apenas se queda en el bosquejo. El denominador común de todas las piezas es la violencia, una violencia explícita, hostigosa, machacona: violaciones, actos pedófilos, incesto forzado, desmembramientos y laceraciones, torturas surtidas, mutilaciones, incendios, uso de armas de fuego o machetes, cuchillos, elementos contundentes y, en general, una infinita gama de hechos de sangre, se repiten tanto y en forma tan abúlica, que, en lugar de causar shock o asustar, terminan por generar una total impasibilidad.
"La cara", de Santiago Roncagliolo, y "1986", de Rodrigo Rey Rosa, son lo único rescatable de esta selección. El prosista peruano nos vuelve a traer a un viejo amigo, el fiscal Félix Chacaltana, enfrentado al horrendo asesinato de Casilda Martínez Vilcas, la "Princesita de Huancayo", una cantante que tiene a todo Perú a sus pies; la investigación expone aspectos bastante malsanos de la diva, el ambiente burocrático e ineficiente de la judicatura limeña está bien retratado y la trama evoluciona sin baches. Por su parte, Rey Rosa elabora una compleja intriga en torno a una de sus especialidades: el secuestro. Claro que ahora estamos frente a una forma inédita de hacer desaparecer a las personas, en la que participan la maquinaria estatal, organismos de fachada impecable, el sistema de salud mental público y un conjunto de individuos que mezclan lo religioso, lo terapéutico y la brutalidad para deshacerse de ciudadanos molestos para la sociedad y, en especial, para sus propias familias.
Con todo, dos piezas logradas no salvan a Latinoamérica... de ser un volumen radicalmente frustrado.