Dos películas que han hecho mucho ruido en la prensa se estrenaron el jueves recién pasado: "Inquebrantable", dirigida por Angelina Jolie, y "El código Enigma", dirigida por Morten Tyldum.
De la primera prácticamente no hay nada que decir, más allá de que el épico relato de sobrevivencia de Louis Zamperini (Jack O'Connell), un soldado de la fuerza aérea estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, está contado con un sadismo muy particular, que pone extremo énfasis en las torturas físicas por las que pasa Zamperini e incluso se atreve a realizar paralelos entre su sufrimiento y la figura de Jesucristo. Extraña película, pero más extraño es que alguien la haya tomado en serio.
"El código Enigma", en tanto, es candidata a ocho Oscar y un orgullo de la industria inglesa. La cinta sigue al matemático Alan Turing (Benedict Cumberbatch) también durante la Segunda Guerra Mundial, cuando es reclutado por la inteligencia británica para integrar el equipo que descifraría los mensajes con que Alemania organizaba sus movimientos y ataques, elaborados mediante un sofisticado aparato de encriptación conocido como "Enigma". Turing era gay y buena parte de la cinta, mediante flashbacks y saltos en el tiempo, se dedica a ilustrar este hecho, al mostrar, por un lado, su primer amor en Cambridge y, por el otro, la investigación a la que fue sometido en 1952 por conducta homosexual, penalizada en la Gran Bretaña de entonces.
Los énfasis de la película son bastante evidentes y se juegan en un sentido claro: mostrar a Turing como un hombre excéntrico y torturado, víctima de una sociedad que no reconoció su genio ni respetó su homosexualidad. Vista así, la cinta se juega en la cancha de otras tantas películas que retratan actos horribles y arbitrarios del pasado reciente, como la esclavitud en Estados Unidos, la persecución de los judíos en la Alemania nazi o la discriminación racial vigente en Estados Unidos hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. El problema es que las buenas intenciones rara vez producen buenas películas.
En el caso de "El código Enigma", esto significó, como bien describe Christian Caryl en The New York Review of Books, realizar una cantidad enorme y descarada de distorsiones históricas, la peor de las cuales es justamente el retrato de Turing. Es cierto que toda cinta basada en hechos reales debe seleccionar, sintetizar y modificar parte de la historia con el fin de que cumpla las exigencias, muchas veces convencionales, de la ficción. Pero otra cosa es hacer del personaje principal un modelo de gay reprimido, siempre impecable, frío, torpe, depresivo, con el fin de que calce en el esquema de buenas intenciones. El verdadero Turing era ciertamente excéntrico, pero no un imbécil social, solía mostrar cierto desprecio por su aseo personal, tenía enormes dosis de energía y ciertamente no ocultaba su gusto por los hombres. Tampoco, como muestra la cinta, sufrió el desprecio del personal de inteligencia británico ni del equipo que lideró; siempre calló respecto de la naturaleza de su trabajo en inteligencia y, a diferencia de lo filmado, contribuyó desde muy tempranamente a la desencriptación de la comunicación alemana. Incluso una vez que fue condenado por actos homosexuales y eligió tomar hormonas femeninas en lugar de ir a la cárcel, siguió trabajando con energía. De hecho, aunque la cinta deja entender que su muerte a los 42 años de edad, dos años después de su condena, fue un suicidio, ello no está acreditado y hay razones, entre sus familiares, para creer que se trató de un accidente. En fin. Todo esto para decir que Turing fue un tipo portentoso, para algunos tan importante en el triunfo aliado como Churchill o Eisenhower, y cuyas investigaciones y modelos matemáticos resultaron fundamentales para el desarrollo de la computación y fundacionales en la inteligencia artificial. Retratar con justicia los matices de su personalidad, mostrarlo como el hombre complejo y determinado que fue, ciertamente, hubiera generado una mejor película y, de seguro, hubiera contribuido con más claridad a la "causa" homosexual. Como quedó, la cinta le hace un flaco favor.
El código Enigma
Dirigida por Morten Tyldum
Con Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Mark Strong y Matthew Goode.
Gran Bretaña, 2014
144 minutos